Mi casa es un aeropuerto


Una treintena de personas sin hogar vive en la T4 de Barajas, considerada espacio público

Se confunden entre los viajeros y algunos sobreviven gracias a pequeños trapicheos

Richard Rogers y Antonio Lamela a cambio de 6.200 millones de euros, viven una treintena de personas sin hogar. Algunos desde hace años. Pero la mayoría son invisibles para los viajeros.

El truco está en parecer uno de ellos. Visten correctamente, van aseados, transportan bultos en carritos como si fueran turistas y algunos dan vueltas todo el día alrededor de los mostradores, como a la espera de un avión que no termina de despegar. El aeropuerto alberga un ecosistema de personas sin hogar que han encontrado ahí un techo, aseos limpios y amplios, calefacción, 15 minutos gratis al día de Internet, seguridad, subsistencia gracias a pequeños trapicheos con viajeros (no todos lo hacen), anonimato y cafeterías abiertas las 24 horas.

AENA,si no hay ninguna alteración del orden, convive con estos inquilinos. Sucede así en toda España. Barcelona reubicó a sus huéspedes en 2011 cuando empezaron las peleas. Así que la única norma aquí es no montar líos. De este modo, y con las prisas del viaje, se confunden con los 110.000 usuarios que pasan cada día por Barajas. Si uno se fija bien, es fácil ver a alguno sentarse en la mesa y apurar los restos de comida y bebida abandonados. O a otro arrastrando una maleta y pidiendo algo de dinero envuelto en el drama ficticio de un avión perdido o un pasaporte extraviado. Estos últimos son pocos y siempre los mismos. Y muchas veces repiten la función con el mismo viajero. Eso les delata.

Luego están los búlgaros y algunos moldavos, como André (así dice que se llama), que viven del negocio de los carritos. Sacan las fichas con un gancho y las cambian por un euro a los viajeros. "Nos buscamos la vida como podemos", defiende él. Todos los servicios legales del aeropuerto (carritos, maleteros o plastificadores) ya tienen su competencia ilegal surgida en este submundo. El aeropuerto se ha llenado estos días de pancartas de los sindicatos protestando por este asunto. “Estamos hartos. La situación es insostenible”, se queja uno de los empleados de la empresa plastificadora que tiene la concesión en Barajas.

ATD Cuarto Mundo. Va a clases de teatro, participa en tertulias en la parroquia de San Carlos Borromeo y recibe una pensión de algo más de 300 euros al mes, como el 17% de personas en su situación en la capital. Podría pagarse una habitación o ir a un albergue, pero dice que en la T4 está caliente, puede desayunar cada día en el McDonalds (un café y una hamburguesa por dos euros) y navegar a diario sus 15 minutos gratis con el WiFi del aeropuerto y el portátil que lleva a cuestas. Pero, sobre todo, cuenta, mantiene ese punto de libertad que otorga hacer lo que a uno le da la gana. Quizá lo único bueno de vivir en la calle.

Juanjo duerme con un compañero en uno de los recovecos de la terminal de salidas de la T4. Justo a lado de la tienda de lotería, sobre unos papeles de periódico que transporta. Algún día tendrá que recuperar el saco que dejó olvidado en la consigna de un albergue. Tiene 56 años y lleva 21 en la calle, desde que perdió su empleo en una empresa metalúrgica. Viene al aeropuerto porque es un sitio seguro, caliente y con comodidades como buenos aseos cada 50 metros donde puede limpiarse un poco las axilas y el cuerpo. O el bar de la planta de llegadas, donde algunos se juntan a veces para ver los partidos. Juanjo solo baja contadas noches de Champions. Ahí es fácil encontrar a uno que llaman "el inglés", siempre algo bebido, que lleva ya una buena temporada en la T4. Pero Juanjo, que ha cogido un par de aviones en su vida, es muy discreto. "Nos camuflamos un poco. Aquí no puedes venir hecho un desastre porque no te dejan ni entrar. El que monta un lío se va a la calle y perjudica a todos los demás", dice sentado en la barra del McDonalds, su cantina habitual.

Por las noches, cuentan muchos de quienes duermen ahí, empleados de AENA con guardias de seguridad pasan lista para estar al tanto de los huéspedes diarios del gran hotel. También los hay en la T1 y en la T2, aunque son menos y aquí se les considera más "raros". Podría decirse que cada terminal tiene sus características sociológicas. Para cuestiones sanitarias y sociales, el aeropuerto mantiene un convenio de colaboración con el Samur social para tratar de ayudar a quien lo necesite. Dos días a la semana los trabajadores de este departamento del Ayuntamiento pasan por Barajas. "El aeropuerto les permite el anonimato", dice Darío Pérez, jefe del departamento de Samur Social. "Nadie les ve. Pero tienen seguridad, alimentación, aseos? Es un lugar cómodo y accesible".

Muchos de ellos (también algunas mujeres) son auténticos profesionales del funcionamiento de este aeropuerto en el que operan 75 compañías aéreas y 1.000 vuelos diarios. Conocen cualquier detalle, cuentan historias de mafias, de empresas que alteran su volumen de vuelos, de mulas que quedaron por el camino. También saben que Barajas pierde potencia, que Barcelona lo superó hace un año por primera vez en número de pasajeros y que cualquier día lo van a privatizar entero. Y en ese momento se acabará lo de dormir aquí, asumen. Ellos lo ven todo y están callados. Forman parte del escaso ecosistema estático de un lugar de tránsito continuo. Si en el próximo viaje se para un segundo, les verá.

 

vía El País



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