Tres meses sin basurera (y las "trampas" del Residuo Cero de las que nadie te habla)

Tres meses sin basurera (y las


Hace un poco más de tres meses que tomé la decisión de dejar de usar basureras en mi casa. Lo que hace 10 años me hubiera parecido una idea absolutamente descabellada, ahora me parece la idea más lógica y más sensata. Hoy quiero contarte un poco más sobre lo que hay detrás de esa decisión.

Todo empezó más o menos en julio de 2015 cuando decidí dejar de usar bolsas de plástico en la basurera de la cocina. Bueno, realmente todo empezó mucho antes (la reducción de residuos ha sido una preocupación que me ha acompañado desde hace muchos años), pero ese fue un punto de giro, pues el hecho de dejar de usar una bolsa de plástico para contener los residuos de mi casa me obligó a ser mucho más consciente de lo que ponía en la basurera, y —como efecto secundario— a observar con mayor detalle cuánto tiempo me tardaba en llenarla.

El 4 de octubre de 2015, es decir, aproximadamente dos meses y medio después de tomar esa decisión, sacamos nuestro primer paquete de basura. Digo “sacamos” porque el contenido no era sólo mío sino también de R, mi novio, con quien vivo. Era literalmente un paquete: envuelto en papel periódico reutilizado en lugar de la convencional bolsa de plástico… daba la sensación de que le esperaba un destino más glamuroso, que íbamos a dejarlo en una oficina de correo o algo así. Pero no: iba a parar al relleno sanitario. Le esperaba el mismo fin que a las otras 1.600 toneladas de desechos que generan al día los habitantes de Medellín.

Para mí, en todo caso, fue un logro… sobre todo teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad en la que lo “normal” es que una vivienda “produzca” dos bolsas llenas de basura por semana. Sin embargo no me quedé contenta; sabía que ese había sido un paso enorme (de hecho muchas personas lo consideran inalcanzable…), pero sentía que se quedaba corto con respecto a lo que podríamos hacer, así que nos propusimos empezar a reducir aún más nuestra huella de basura.

Seguimos con todas las cosas que ya veníamos aplicando desde antes (y a las que les dediqué una publicación completa en el blog), empezamos a reforzar algunos aspectos que todavía estaban flojos, y a cuestionar y experimentar más con cosas que antes no nos habíamos planteado.

El siguiente paquete de basura lo sacamos cinco meses después. Es decir, redujimos a la mitad la cantidad de basura que habíamos generado para el paquete anterior (que se había llenado en dos meses y medio). En una casa “normal”, con sus dos bolsas de basura “normales”, durante ocho meses se generarían 64 bolsas de basura. Nosotros, en esos mismos ocho meses, habíamos generado solamente dos:

Ocho meses de basura, en solo dos paquetes


Nuestro propósito para el siguiente paquete de basura fue superar la barrera de los seis meses. Queríamos ser capaces de pasar de lo “normal”, que es sacar dos bolsas de basura a la semana, a lo “anormal” que sería sacar sólo dos paquetes de basura al año. De 416 bolsas de basura al año, a solo 2. Si se considera esa meta empezando desde cero, suena a tarea imposible… pero ya habíamos recorrido gran parte del camino, así que lo único que hacía falta era observar más, experimentar más, reducir un poquitín más.

Seguimos explorando opciones, consultando, buscando alternativas… y finalmente lo logramos. Tardamos 9 meses en llenar el siguiente paquete de basura:

Este paquete contiene nueve meses de basura


Lo declaramos lleno el 23 de noviembre de 2016… es posible que hubiera podido aguantar un par de semanas más, pero yo estaba a punto de salir de viaje y quería “cerrar” ese capítulo y darle paso al siguiente: ese día sacamos ese último paquete de basura, sí, y también decidimos que en nuestra casa la basurera ya no era necesaria.

Hace 10 años hubiera pensado que vivir sin una basurera es una idea absolutamente descabellada, pero hoy —como dije más arriba— me parece la idea más lógica y más sensata. Eso no significa que ahora tiremos la basura por la ventana, y no significa que no tengamos otro tipo de contenedores. Seguimos teniendo un contenedor para los residuos orgánicos (que procesamos una vez por semana en una paca digestora), seguimos usando contenedores reutilizados para guardar el material que es aprovechable (se lo llevamos a la recolectora de material reciclable aprox. cada 4 meses), y ahora tenemos un frasco de vidrio para acumular todo lo que es basura basura, es decir, todos los residuos que no son aprovechables en procesos de reincorporación al suelo o reciclaje.

*     *     *

Había visto desde hace tiempo a Bea Johnson y de Lauren Singer con sus frascos transparentes, diminutos, conteniendo la basura que generan. Pensaba que el hecho de que fueran frascos de vidrio era una simple coincidencia, que era más un asunto de tamaño que de material de fabricación. Ahora que yo también me pasé al frasco de vidrio, me parece clarísimo que la transparencia del recipiente es una característica esencial, que no es una coincidencia sino una decisión consciente que va ligada directamente con las cosas que nos motivan a vivir una vida con menos basura.

Es más: pienso que el frasco de vidrio debería ser la basurera oficial de todas las casas, incluso de las que apenas empiezan la tarea de reducir sus residuos. Es urgente que los humanos dejemos de esconder nuestra basura. Ojos que no ven, corazón que no siente… y cuando no vemos nuestra basura es fácil que olvidemos que sigue existiendo, que sigue generando impacto ambiental, y que sigue siendo el más claro reflejo de un sistema híper-consumista que traga recursos y caga desechos tóxicos. Que no funciona, que nos enferma, y que está acabando con todo a nuestro alrededor.

Poner la basura en una basurera no hace que desaparezca, sólo la pone en un lugar que es más cómodo para nosotros: fuera de nuestra vista. Si la vemos, creo que no nos quedará más opción que buscar otras maneras de lidiar con ella (¡dejando de crearla, por ejemplo!).

Por otro lado, creo que es un ejercicio importante, ese de hacer visible lo que normalmente queremos esconder. Nos hemos acostumbrado a acumular, guardar y esconder para ver cómo resolvemos nuestros asuntos después, y claramente eso no es sano. No es sano para mí, para ti, ni para nadie, y evidentemente no es sano para el planeta. Así que mirar a nuestra basura a los ojos es también algo así como un proceso terapéutico. El frasco de vidrio (o cualquier recipiente transparente) nos permite empezar a entender los residuos que generamos, algo que la convencional bolsa de basura (que es negra y opaca precisamente porque está diseñada para esconder todo lo que lleva dentro) no nos permite hacer.

Es posible que estés con ganas de empezar tu viaje hacia una vida con menos basura… o que estés paralizada/o ante la aparente magnitud de la tarea, y no sepas por dónde empezar. Y yo te voy a decir por dónde empezar: por cualquier parte. Ya lo he dicho antes, y lo seguiré diciendo… de verdad, si no has hecho todavía nada por reducir tus residuos, cualquier pequeña cosa es ganancia. Cualquier cosita es cariño. Cuando hayas dominado esa primera parte, ve por la siguiente, y así sucesivamente. No hay fórmulas, no hay verdades absolutas. Lo que si hay es un planeta aporreado por nuestros hábitos, y un potencial enorme por resolver al menos parte de ese problema, justo en nuestras manos.

En todo caso, para facilitar tu proceso, hoy también quiero abordar algunas “trampas” del “Residuo Cero”, que normalmente no se abordan —o al menos no muy abiertamente— en las publicaciones que promueven este estilo de vida, a ver si lo empiezas a ver con otros ojos:

Para alguien que no se ha acercado todavía al tema de la reducción de residuos, todo este asunto del “Residuo Cero” puede parecer aplastantemente intimidante. Y es apenas lógico… ¿cómo va a ser posible meter todos nuestros residuos en un frasco diminuto de vidrio, cuando hemos estado acostumbrados a esconderlos en enormes bolsas negras de plástico?

Pues es más fácil menos difícil de lo que parece: sencillamente, en el frasco de vidrio no están TODOS los residuos.

Lo primero que hay que aclarar es que “residuo” y “basura” no son la misma cosa. Un residuo es algo que sobra, pero la basura es un residuo que se ha descartado. Es decir, el residuo todavía es aprovechable, mientras que la palabra basura directamente implica que ese residuo ya no se va a aprovechar más (sea porque no se quiere, no se puede, o se quiere y se puede pero no se sabe cómo). Y de ahí precisamente salen “trampas” de las que te quiero hablar:

1. Una cosa es hablar de “Residuo Cero” y otra cosa es hablar de “Basura Cero”.

Si te das un paseo por los temas de los que hablo en el blog, verás que hay una categoría que se llama “Basura Cero“. También hay una publicación que se llama “Basura —casi— cero“, y otra que se llama “Tu basura habla“. He elegido deliberadamente usar la palabra “basura” (y no simplemente “residuo”) porque considero que es la que refleja más claramente el tema que estamos tratando.

La mayoría de publicaciones que he leído en español sobre el tema hablan de “Residuo Cero”, y creo que, en parte, es un problema de traducción. En inglés se habla de “Zero Waste”, no de “Zero Trash” o “Zero Garbage”… así que al español pasa como Residuo Cero. Sin más.

Pero es que sí hay más… lo que me lleva al siguiente punto:

2. El “Residuo Cero” no existe (o por lo menos no es como lo pintan).

Los residuos (como vimos más arriba) son cosas que sobran de otras cosas. En la naturaleza hay residuos de todo, todo el tiempo… el asunto es que en la naturaleza nada se desperdicia (y cuando digo naturaleza me refiero a la parte de la naturaleza que no ha sido modificada por los humanos, que nosotros también somos parte de la naturaleza, pero no quiero entrar en discusiones semánticas ahora). Si queda un residuo de fruta después de que un ave se la come, ese trozo lo aprovechan los gusanos. Si acaso queda algo, lo aprovechan los microorganismos del suelo. En la naturaleza hay residuos todo el tiempo. Lo que no hay nunca es basura.

El hecho de que nosotros hayamos podido reducir nuestra basura hasta el punto en que lo que generamos durante tres meses cabe en un frasco de vidrio, no significa que hayamos reducido en la misma medida nuestros residuos. Ese frasco de vidrio contiene 146 gramos de basura… pero una vez por semana sacamos —y reincorporamos al suelo— aproximadamente 6 kilos de residuos orgánicos. Eso es un montón de residuos… pero no son basura. Son aprovechables. Y los estamos aprovechando. Reducir la basura es una cosa, reducir los residuos es otra (y las dos son importantes, pero se abordan desde perspectivas diferentes).

Esto me lleva al siguiente punto:

3. Los frascos de vidrio diminutos (el de Bea Johnson, el de Lauren Singer, el mío…) contienen basura. No residuos.

Eso quiere decir que Bea, Lauren y yo (me da mucha risa ponerme en una misma frase con ellas porque sé que me falta todavía para llegar a ese nivel, pero es para fines ilustrativos) seguimos generando otros residuos que no son considerados basura, sea porque se reincorporan al suelo a través de compostaje o similares, o se aprovechan a través de procesos post-consumo (reutilización o reciclaje). Es decir, dentro de un estilo de vida “Basura Cero” todavía se generan residuos, sólo que hay un mayor cuidado por el tipo de residuos que generamos, la cantidad, la complejidad, etc.

Aquí vale la pena aclarar algo: reciclar más no es la solución, es apenas un paliativo; así que reducir la basura que generamos necesariamente debe venir de la mano con reducir también los residuos que generamos, por más aprovechables que sean. No podemos resolver el problema global de las basuras, pero sí podemos abordar de manera responsable lo que podemos controlar directamente desde nuestras casas.

Y con esto, voy al último punto:

4. Hay otra gente que genera basura. Esto es inevitable (pero eso no debería ser un motivo para desistir).

Cuando voy a comprar algo a granel me voy a mi casa feliz y satisfecha porque evité un empaque innecesario… pero eso, lamentablemente, no significa que no se haya generado nada de basura en el proceso de hacer llegar esos productos hasta mis manos.

Un ejemplo: la tienda que me vende los productos a granel seguramente recibió esos productos en algún tipo de empaque. En algunos casos pueden ser barriles o costales reutilizables, pero en otros casos serán bolsas de plástico que igual van a parar a un basurero. Otro ejemplo: voy a comer a un restaurante que no usa cosas desechables, y me como absolutamente todo, así que no pido recipientes para llevar ni nada por el estilo. Sin embargo, es casi seguro que el restaurante sí genera residuos por su cuenta: envases, enlatados, cajas, bolsas, etc. Un último ejemplo: cuando viajo en avión puedo llevar mi propia merienda. Sin embargo, a menos que sea una aerolínea low-cost, mi comida viene incluida en el costo del tiquete, y aunque no la pida ellos ya la han preparado. Y si no me la como la tiran a la basura. Y si se la come alguien más, igual quedan los recipientes de plástico y aluminio.

Pero ojo: esto no lo digo para romper ningún corazón, y muchísimo menos para decir que tratar de reducir nuestros residuos es inútil. Lo digo porque es importante que entendamos que esto es un problema sistémico, que no se resuelve sólo con leyes o con iniciativas industriales, pero tampoco se resuelve sólo con buenas intenciones individuales. Reducir la basura —y en general, los residuos— que generamos es útil, es importante, es urgente. Y para que ese pequeño gesto tenga más impacto, debe venir acompañado de al menos un poco de activismo. No hace falta salir a la calle con pancartas, puedes empezar a hacerlo desde tu casa, escribiéndole a tus comercios favoritos pidiendo un manejo responsable de residuos, por ejemplo.




Volviendo a mis paquetes de basura… en un año y medio hemos generado solamente tres. Y ahora tenemos en nuestras manos un frasco de vidrio que, después de tres meses, todavía no se llena.

Por ahora no pienso dar vuelta atrás, me quedo con el frasco de vidrio, su transparencia y todo lo que eso representa en un mundo en el que lo normal es esconder lo que no nos gusta, y cruzar los dedos para que no tengamos que lidiar con ello después. Mi frasco de vidrio es mi manera de mirar a los ojos un problema que nuestra sociedad esconde en bolsas opacas y negras… y espero que sirva para motivar a otras personas a quitar ese velo tan cómodo y tan peligroso con el que cubrimos el problema de las basuras. Aquí, como en tantas otras cosas, la transparencia funciona mejor. ¿No?

¿Qué piensas sobre la idea de “Basura cero”? ¿Te motiva? ¿Te intimida? ¿Has avanzado ya en el camino de reducir tu huella de basura? ¡Cuéntamelo en los comentarios!



Pd. 1: En la foto que publiqué ayer pedí que me escribieras tus preguntas sobre mi proceso de reducción de residuos. Pensaba responderlas en esta publicación, pero resultaron tantas preguntas tan interesantes, que creo que se merecen una publicación completa, así que eso lo voy a hacer la semana que viene. Si tienes más preguntas, déjalas aquí abajo en los comentarios para que las responda también :-)

Pd. 2: Si estás en Medellín y te interesa este tema, te cuento que voy a hacer un taller sobre cómo vivir con menos basura. Mañana publicaré en la página de Facebook y en Instagram toda la información sobre las inscripciones. Serán cupos muy limitados, así que vale la pena que estés atenta/o.

Tres meses sin basurera: te cuento qué ha pasado detrás de ese proceso, y también alguna


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