A finales del 2011 me encontré a dos gallos miniatura metidos en una diminuta jaula en venta en una forrajera de la pequeña ciudad en la que vivo. Fui un par de veces más a dicha forrajera y los gallos seguían sin venderse, encerrados en condiciones deplorables, con agua sucia y comida sobre sus propios excrementos. No pude contenerme y recuerdo que finalmente los compré un día 12 de diciembre de ese año. Los gallos recibieron los nombres de Lino y Johny.
Lino atrás y Johny adelante. Lo nombres son en honor a dos canciones clásicas de Oscar Chávez: el corrido de Lino Zamora y El Corrido de Johny López.
Johony izquierda y Lino derecha.
Lino
Johny.
Johny.
Lino.
Poco después, el día 17 de diciembre compré dos pollitas miniatura de un criadero con la finalidad de que fueran la compañía de los gallos. Se llamaron Miel y Manzanilla. Las dos enfermaron a finales de diciembre, Manzanilla se curó rápidamente, pero Miel tuvo que soportar una penosa enfermedad llamada Coriza aunada a Coccidiosis severa que duró varios meses y terminó con su vida en un soleado día 20 de abril del 2012, (aún derramo lágrimas al recordarla muriendo entre mis manos). En ese mismo año, Lino también murió de manera repentina un 17 de marzo, aproximadamente un mes antes de que Miel muriera. Fue mucha mala suerte, pero el destino así lo hizo y finalmente quedaron Johny y Manzanilla juntos.
Manzanilla a la izquierda y Miel a la derecha.
Miel tomando sol.
Miel.
La pollita Miel.
En junio del 2012 tuvieron dos pollitos, una hembra llamada Vainilla y un machito llamado Cacao. Cacao fue bautizado porque al nacer tenía un color chocolate intenso y un copete gris que indicaba que su plumaje sería barrado o como localmente lo llaman: búlico.
Cacao cuando era pollito.
Cacao y Vainilla.
Cacao y Vainilla con su mamá Manzanilla.
Manzanilla con sus polluelos.
Cacao más grande.
Realmente no le di un trato diferente a este par de hermanos, pero comencé a notar como a diferencia de las demás aves se les hacía costumbre meterse a la casa a buscar migajas en la mesa de la cocina. Especialmente me encariñé con Cacao por ser manso, juguetón, amoroso y tranquilo. Disfrutaba incluso echarse en mi hombro, subirse a recostar a la cama conmigo o los perros y subirse a mi cabeza.
Cacao en la mesa de la cocina.
Manzanilla.
Cacao.
Vainilla.
Cacao.
Cacao.
Johny y Manzanilla.
Al salir al patio y verme, venía inmediatamente a hacerme compañía e incluso se bajaba de la parte alta de un talud atrás de mi casa para saludarme o darme muestras de cariño, o bueno, quizá esté un poco loca interpretando éste comportamiento como cariño, pero pues a veces hay que estar un poco loco para sobrellevar la vida.
Ayer murió Cacao por un terrible, terrible accidente del cual tuve culpa total.
No había maíz, ni sorgo, ni trigo, no se me ocurrió darles avena ni arróz y decidí darles tortilla recién hecha a la parvada, pero Cacao comió tan rápido que se atragantó con la masa en un instante y cuando lo encontramos ya era muy tarde. Lloré amargamente.
Me siento sumamente triste y avergonzada de igual manera por llorarle a lo que la mayoría de las personas llamarán animal o se mofarán diciendo que era mejor comerlo que tenerlo, o que si me lo hubiera comido hubiera estado conmigo para siempre... No culpo a nadie, ni estoy molesta, se que la gran mayoría no comprende los lazos que pocas personas llegamos a tener con ciertos seres vivos. Pero de igual manera me ha herido y reafirmado la convicción de que sentir dolor por una criatura viva que dejó de existir, sea cual sea, o sea quien sea quien siente ese dolor, es un gesto sagrado que al menos desde mi parte merece total respeto. Pero la sociedad humana tiene poco más que una pisca de respeto, así que de todas formas he aprendido a no esperar mucho.
Johny vio la partida de varios miembros de su parvada, pero igual sigue junto a su Manzanilla y su Vainilla, y de alguna forma se que lo extrañarán siempre igual que yo.
Cacao antes de la primavera 2014.