Waris Dirie


Ella era tan solo una niña de cinco años, se llamaba Waris Dirie una pequeña más dentro de una tribu nómada acostumbrada a pastorear rebaños bajo el inclemente sol somalí. Ese día, su madre la despertó más temprano y caminaron lejos del campamento. Esperaron a que llegara la midgaan, una mujer anciana y respetada por la comunidad por su labor de realizar infibulaciones.

La madre de Waris Dirie sostuvo sus brazos y la anciana abrió sus piernas. La niña Waris no sabía qué iba a suceder, gritaba, lloraba asustada. Le hicieron apretar un palo de madera en su boca para aguantar el dolor. Con una hojilla oxidada, la midgaan mutiló sus genitales externos y la dejó para siempre sin sexo. La niña se desmayó. Cosieron la herida con espinas y expusieron sus órganos sexuales sobre una roca. Se secaron poco a poco bajo el sol del desierto.

 

“Cuando no era más alta que una cabra, mi madre me sujetó mientras una anciana me seccionaba el clítoris y la parte interna de la vagina y cosía la herida. No dejó más que una minúscula abertura, del tamaño de la cabeza de una cerilla, para orinar y menstruar”, así describe Waris Dirie el día que cambió su vida.

La intención de su madre fue hacer de ella una mujer “pura”, digna de conseguir un esposo. Sin embargo, Waris demostró su fuerza, nunca consideró normal lo que le había pasado y decidió que su futuro sería la lucha incansable en contra de la Mutilación Genital Femenina (MGF).

Y el destino se lo concedió. Su historia es fascinante. Nació en la década de los 60 y aunque su edad no la sabe con exactitud, eso no la perturba. Cuando tenía 13 años su padre la comprometió con un hombre anciano, para ser su cuarta esposa. Esa noche escapó y corrió durante días en el desierto, sola. Su padre le siguió, pero no pudo alcanzarla. Fue una travesía dura, sus pies sangraban y una mañana despertó con un león frente a sus narices. Sobrevivió.

Caminó hasta Mogadiscio, la capital de su Somalia natal —país ubicado en el llamado Cuerno de África—. Allí, se quedó en la casa de una tía y colaboraba en los oficios del hogar. Entró en contacto con otro tío lejano, quien servía como embajador en Gran Bretaña y necesitaba una mucama. Waris cruzó las fronteras y llegó al frío suelo inglés: a Londres.

Apenas estalló la Guerra Civil Somalí, a mediados de los 80, Waris se quedó absolutamente sola en Londres. Trabajó limpiando pisos en Mc Donald’s y allí conoció al fotógrafo de moda Terence Donovan, quien reconoció inmediatamente su potencial como modelo. Donovan la fotografió para el calendario Pirelli de 1987 y rápidamente escaló a la cima. Fue la primera mujer de color que posó para la portada de la revista Vogue en Europa, trabajó para Chanel, L’Oréal, Revlon, Versace, Cartier, entre otras marcas de moda.

El éxito nunca la distrajo. Algo le faltaba. No estaba satisfecha. Debía hablar ante el mundo. Tenía que manifestar lo que le habían hecho injustamente, y lo que le siguen haciendo a más de seis mil niñas diariamente en todo el globo. En 1997, reveló ante una periodista su historia. Poco después habló delante de todas las delegaciones en las Naciones Unidas y Kofi Annan la nombró embajadora de buena voluntad en la lucha contra la ablación.
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