Los adultos con una exposición a largo plazo a concentraciones de ozono (O3) tienen un mayor riesgo de morir por enfermedades respiratorias y cardiovasculares, según un estudio en el que ha participado el Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL) (España), centro aliado ISGlobal, y que se ha publicado recientemente en el American Journal of Respiratory and Critical Care Medicine.
A partir de los datos de un gran estudio estadounidense iniciado en 1982, los investigadores descubrieron que por cada 10 partes adicionales por mil millones (ppb) en la exposición a largo plazo al ozono se aumentaba el riesgo de morir por enfermedad pulmonar en un 12%, por enfermedades cardiovasculares en un 3% y un 2% por todas las causas.
Los científicos encontraron que el mayor riesgo de muerte era mayor para la diabetes (16%), seguido de arritmias, insuficiencia cardiaca y paro cardíaco (15%) y por enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) (14%).
“Cerca de 130 millones de personas viven en áreas que exceden la norma nacional ambiental de calidad del aire”, explica Michael Jerrett, investigador de la Universidad de California (EE UU) y coautor del estudio. “Mientras que la contaminación por ozono ha disminuido en EE UU, las reducciones no son tan grandes como la disminución de otros contaminantes. En otras partes del mundo, el ozono es un problema cada vez mayor”, añade.
Los autores analizaron datos de casi 670.000 registros del Estudio de Prevención del Cáncer de la Sociedad Americana del Cáncer (CPS-II). Este trabajo, iniciado en 1982, reclutó a participantes de los 50 estados de EE UU, con una edad promedio de 55 años. Los investigadores equipararon la causa de la muerte de más de 22 años de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos con los datos de calidad del aire de los Centros para el Control de Enfermedades. Durante ese tiempo, murieron más de 237.000 participantes.
Los investigadores tuvieron en cuenta las partículas finas de contaminación (PM2.5), una causa establecida de mortalidad prematura, y el dióxido de nitrógeno (NO2) procedente de la contaminación atmosférica, que se ha relacionado con la mortalidad prematura. Se ajustaron diversos factores conductuales y demográficos, como el tabaquismo, el consumo de alcohol, el peso corporal, la exposición ocupacional, la dieta, la pobreza y la raza, entre otros.
Los expertos se sorprendieron por un hallazgo: las PM2.5 de fuente cercana, en gran parte atribuibles al tráfico, estaban más fuertemente asociadas con muertes por enfermedad cardiovascular que las PM2.5 regionales, atribuibles a la quema de combustibles fósiles y la formación secundaria de las partículas en la atmósfera. Por cada aumento de 10 ppb en PM2.5 de origen cercano, la tasa de mortalidad se elevó un 41%, en comparación con el 7% para las PM2.5 de origen regional.
Michelle C. Turner, autora principal del estudio e investigadora en el Centro McLaughlin para la Evaluación de Riesgos en Salud Poblacional, en Ottawa (Canadá), y el Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental, centro aliado ISGlobal, en Barcelona, dice que “los resultados dan una imagen más clara sobre los efectos dañinos de la contaminación del aire”.
En un estudio anterior con un menor número de participantes, un seguimiento más corto y modelos de exposición menos detallados se encontró que el ozono se asoció con un menor aumento (un 4%) en las muertes respiratorias. En este estudio más amplio, los investigadores también fueron capaces de centrarse en las causas específicas de mortalidad. "La carga de la mortalidad cardiovascular y respiratoria del ozono puede ser mucho mayor de lo que previamente se había reconocido", concluye la investigadora.
Fuente: Noticias de la ciencia
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