No existe la fórmula mágica para cambiar hacia la movilidad sostenible, pero sí un conjunto de soluciones y políticas públicas que unidas, permiten reinventar el sistema de transporte, cambiando hábitos de movilidad urbana, evitando viajes innecesarios, implementando sistemas de transporte más eficientes y mejorando las infraestructuras para andar a pie o en bicicleta.
Dentro de este universo se encuentran pivotando los combustibles ecológicos o alternativos, con mayor o menor aporte a la sostenibilidad y la neutralidad climática. Cada vez más se amplía el abanico de combustibles alternativos a los fósiles para abastecer el sector del transporte, pero ¿de cuáles se trata? ¿Qué tan ecológicos son?
Como es un tema que no debemos pasar por alto, aquí os dejamos algunos de ellos, más allá de los coches eléctricos.
4 COMBUSTIBLES ECOLÓGICOS PRESENTES Y FUTUROS
Los combustibles ecológicos son aquellos que no derivan del petróleo como ocurre con los convencionales, sino de fuentes primarias que emiten menos gases de efecto invernadero.
Por muchos años se ha promovido el gas fósil como solución ecológica a la gasolina o diésel, incluso los coches que lo utilizan gozan de una etiqueta ECO de parte de la Dirección General de Transporte.
Esto se debe a que el proceso de combustión del gas es más limpio que el diésel o gasolina, presenta menos impurezas y, por consiguiente, las emisiones de partículas, óxidos de nitrógeno y azufre son menores.
Pero al considerarse las emisiones de gases de efecto invernadero del gas natural, siguen siendo considerables, no es neutro y por tanto, no representa una solución a este problema.
Tan sólo el biogás es la excepción. Se obtiene de plantas de desechos y depuradoras de agua, y se puede considerar neutro para el clima. Su producción es limitada.
Otra alternativa son los biocombustibles, llamados bio por proceder de cultivos, típicamente de aceite de palma, soja, maíz y caña de azúcar, pero una manera más adecuada de llamarlos es agrocarburantes.
Este tipo de combustible ocasiona profundos impactos ambientales, más allá de los atmosféricos. Para producirlo se emplea alimentos, comprometiendo la seguridad alimentaria de comunidades enteras, tienen relación directa con la deforestación de la selva y pérdida de biodiversidad, y muchos más efectos sobre el medio ambiente.
En España, el 72.5% del biodiésel es elaborado a partir del aceite de Palma, del cual es bien sabido por diversos estudios, que su ciclo de vida incluye tala de grandes extensiones de selva, transporte de largas distancias, desplazamientos de comunidades nativas, etc. En definitiva, produce más gases de efecto invernadero.
El hidrógeno en cambio, es el combustible que mola más actualmente por su versatilidad. El proceso de obtención se realiza mediante la hidrólisis del agua, es decir, la separación de la molécula de agua al aplicarle energía. Si bien es un proceso sin residuos nocivos, requiere gran cantidad de energía eléctrica. Por lo cual su masificación implica mayor demanda energética.
El funcionamiento de un vehículo alimentado con hidrógeno se basa en el empleo de una pila de combustible a través de la cual el hidrógeno se oxida y genera electricidad.
Los combustibles sintéticos se basan en la captura directa de carbono, y surgen como alternativa para el transporte de aviación. Sin embargo, su producción requiere de procesos complejos, y no está exenta de emisiones como el óxido de nitrógeno, además consume gran cantidad de energía.
Estos combustibles de momento no son viables social y ambientalmente, pero sí representan una mejora al modelo convencional. Más aún si se emplean como complemento de otras medidas de movilidad sostenible.