Los seres humanos solemos pasar por alto muchos de los procesos más importantes que mantienen en equilibrio de nuestro ecosistema. Esto en sí mismo no trae ninguna sorpresa, después de todo, los procesos que dan forma a la ecología suelen ser tan sutiles y discretos que en la mayoría de los casos ocurren a nuestro alrededor, como en el suelo, sin perturbar nuestras vidas.
Esto suele materializarse en una alegre ignorancia sobre el importante papel que ciertas partes del ecosistema cumplen bajo nuestras narices. Uno de los ejemplos más destacados de esto se ve en el suelo. Dentro de las ciencias de la naturaleza se entiende que el suelo es la capa superior de el sustrato terrestre, donde se da la interacción directa con la atmósfera y los procesos biológicos que permiten el crecimiento de las plantas y el retorno de nutrientes al ecosistema. Un conocimiento adecuado sobre las cualidades del suelo y sus procesos nos permite obtener un mejor aprovechamiento de él al mismo tiempo que resguardamos su bienestar.
Maravillas bajo nuestros pies
Por el contrario, un desconocimiento de la ecología de los suelos y la manera en la que funcionan sus procesos biológicos pueden llevarnos a dañar seriamente el ecosistema cuando interactuamos con él. Todo esto sin siquiera darnos cuenta del daño que estamos produciéndole. Este tipo de efectos secundarios nefastos suelen verse bastante en las actividades referentes a la agricultura, ganadería y construcción. En ellas, un mal uso de ciertos equipos o sustancias genera daños puntuales sobre la ecología del suelo que reducen su bienestar significativamente. Incluso, a veces llega al punto en el que los suelos dejan de ser capaces de realizar sus funciones biológicas indispensables. Esto a su vez da pie a procesos severos de contaminación y erosión que directamente destruyen la capa superficial del suelo, poniendo fin a todo un ecosistema que contribuye enormemente al bienestar de nuestro planeta.
Quizás el aspecto más notable de los suelos saludables sea su impresionante biodiversidad, una parcela relativamente pequeña de suelo sano suele tener gran número y variedad de microorganismos pertenecientes a distintos grupos. Anélidos, hongos, insectos, crustáceos, moluscos, microalgas, bacterias y un gran etcétera pueden encontrarse prosperando en los primeros centímetros del sustrato. Cada uno de estos organismos, a su vez, contribuye al funcionamiento del ecosistema diminuto del que forman parte. Algunos forman túneles que permiten el intercambio de gases con la atmósfera, otros producen nutrientes que almacenan a su alrededor, y algunos más ayudan a descomponer la materia orgánica que se acumula sobre el suelo. De esta forma, contribuyen a que su superficie permanezca limpia, al mismo tiempo que hacen que regresan los nutrientes de dicha materia orgánica al suelo.
Buen suelo, buena vida
Cada uno de estos pequeños organismos actúa como un engranaje en la ecología de los suelos, y la acción conjunta de todos ellos forma un ecosistema robusto que puede sostener una mayor biodiversidad compuesta por todo tipo de plantas y animales.
Visto de esta manera, es complicado pasar por alto la importancia de los suelos saludables, pues aunque es difícil observar directamente los procesos microscópicos que dan forma a su ecología cualquiera de nosotros puede apreciar la gran biodiversidad que resulta de ellos y comprender el valor de estos ecosistemas que, sutilmente, nos han nutrido y resguardado desde tiempos inmemoriales.