En muchos casos, es difícil saber las repercusiones que tendrán las acciones de la humanidad en el futuro. El planeta, después de todo, es un ecosistema complejo donde millones de factores interactúan de maneras insospechadas. Uno de los ejemplos más lamentables de esta tendencia es la acidificación de los océanos.
La revolución industrial del siglo dieciocho cambió el mundo de una manera sin precedentes, pero nadie se imaginó que iniciaría una época donde el consumo de combustibles liberaría cantidades impensables de dióxido de carbono (CO₂) hacia la atmósfera. El CO₂ es un peligroso contaminante atmosférico que afecta las vías respiratorias, pero lo que pocas personas notaron es que el carbono del aire puede pasar a los océanos. Con el paso de los siglos, el aporte de carbono a las aguas oceánicas ha crecido hasta el punto de alterar la química de estos, impulsando su proceso de acidificación.
La acidificación de los océanos es una tendencia real hacia el aumento de la acidez en el agua de los ecosistemas marinos y oceánicos. Este cambio, progresivo a la vez que significante, amenaza con cambiar atrozmente las propiedades del agua de mar, afectando a un número incalculable de especies que son necesarias para el buen funcionamiento de los ecosistemas de agua salada de todo el mundo.
Química de la acidificación
El proceso químico que da lugar a la acidificación del agua de los océanos es en realidad bastante sencillo y sirve bien para explicar la gravedad del problema.
En la superficie de todos los cuerpos de agua, se da un intercambio de gases entre la atmósfera y el medio acuático. Cuando el aire está colmado de dióxido de carbono, este gas se introduce en el agua y reacciona con ella formando un compuesto llamado ácido carbónico.
Este no es un ácido particularmente fuerte, pero se disuelve en el agua de mar aumentando su concentración de iones libres de hidrógeno. Estos iones son los que le dan a los ácidos su comportamiento característico permitiéndoles disociar otras sustancias.
La acidez de una sustancia se puede medir en una escala de pH. Está escala tiene valores que van desde el cero hasta el catorce, las sustancias con un valor de siete se consideran neutras, las que tienen un valor por encima de siete tienen un comportamiento alcalino y las que tienen valores menores a siete se consideran ácidos.
En esta escala el agua pura tiene un valor neutral de siete. Mientras tanto el agua de mar posee normalmente un pH de 8,25 que actualmente se ha reducido en algunas áreas hasta 8,14. A priori, puede parecer un cambio pequeño, pero representa una diferencia enorme que afecta fuertemente todas las reacciones químicas que ocurren en los ecosistemas marinos y denota una tendencia hacia la acidificación mucho más fuerte que la observada en los registros fósiles de los últimos millones de años.
Víctimas del ácido
Por ahora se cree que el descenso del pH en los océanos afectará a todos los organismos de todos los ecosistemas marinos y aunque algunos, como ciertas microalgas, podrían ser favorecidos por este efecto se espera que los daños a largo plazo sean catastróficos.
En primer lugar, la acidificación de las aguas hace que sea más difícil fijar las partículas de calcio disueltas en el mar, esto es un gran inconveniente para corales, crustáceos, moluscos, algas y cualquier organismo que dependa del calcio para formar conchas o caparazones. Además, muchas especies acuáticas son bastante sensibles a la acidez cuando son huevos o larvas, por lo que se anticipa que su crecimiento poblacional se verá disminuido. Por si fuera poco, también hay estudios que señalan que los cambios en las propiedades del agua pueden afectar sus propiedades acústicas y eléctricas lo que afectaría a las especies que dependen de la ecolocación y los sentidos eléctricos para sobrevivir.
Las emisiones de carbono han afectado enormemente a los ambientes oceánicos, hasta el punto de poner en peligro a varios de sus ecosistemas. Sin embargo, la última palabra aún no está dicha y aunque la tendencia sea desesperanzadora, cada vez más países se comprometen a regular sus emisiones de carbono.