Los rocieros, unidos a la Iglesia, este mes no hemos dejado de celebrar. Comenzamos con la fiesta de la Presentación del Señor, que nosotros conocemos como Candelaria y cuya vigilia de la Luz puedes ver por aquí (https://www.youtube.com/watch?v=PZjfNwXWnQU); ayer nos sumamos a la jornada del enfermo en el día de Nuestra Señora de Lourdes; y este fin de semana, sin soltarnos de la mano de la Virgen, nos unimos a la campaña contra el hambre de Manos Unidas que tiene como lema "Nuestra indiferencia los condena al olvido".
Desde aquí quiero invitarte a colaborar en la medida de tus posibilidades en la construcción de ese mundo mejor, unido y en paz, que todos anhelamos. Esa misión podría dejar de ser una utopía si verdaderamente nos animásemos a vivir con intensidad el Evangelio, nos mostrásemos permeables al rocío de la gracia, y nuestro corazón, como el de Jesús, estuviera ardiendo de Amor. Para Dios nada hay imposible y, como nos recuerdan hoy las lecturas del VI Domingo de ordinario, la clave está en confiar en el Señor.
¿Y cómo aprender a confiar? Pues habrá quien, insulsamente, te diga que confiando; pero esas palabras a mí me parecen demasiado vacías. Yo prefiero invitarte a mirar a la Madre de la Iglesia y te animo a que, haciendo un repaso de su vida, intentes imitarla.
Ella ejemplifica a la perfección las palabras de Jeremías (Jer 15, 5-8). María, en la Anunciación, dio su sí no porque comprendiera lo que iba a pasar sino porque se fiaba de Dios. No buscó el apoyo de los hombres (ni siquiera el de José que podría haberla repudiado), sino que aceptó valientemente el plan que traería nuestra Salvación a pesar de no saber muy bien cómo se haría realidad. Y por eso hoy, tal como manifestó su prima Isabel cuando recibió su visita en Aim Karem, seguimos considerándola bendita entre las mujeres.
La Madre de Cristo tuvo que vencer sus miedos e incertidumbres y hoy es como ese árbol plantado junto al agua que no se inquieta ni deja de dar fruto porque sus raíces están afianzadas. Por eso se alegra su Espíritu en el Salvador y nosotros deberíamos hacer lo mismo... no temer, ser valientes, abrazarnos muy fuerte a la Virgen, aunque pueda convertirse en nuestra Cruz, y no dejar de caminar porque los rocieros sabemos bien hacia dónde nos llevan los senderos de arenales. Solamente tenemos que elegir cómo queremos recorrerlos y para ello el salmo 1 puede darnos mucha luz. Debemos evitar la senda del pecado porque el Señor protege el camino de los justos.
Y es verdad que el Camino no es fácil de seguir pero la fe todo lo puede y la esperanza en Cristo, muerto y resucitado, ha de ser nuestra motivación porque de lo contrario, como expresa san Pablo en su carta a los Corintios, seremos los hombres más desgraciados de toda la humanidad (Cf. 1Cor 15, 19).
Así que, dado que nadie nos vamos a salvar del sufrimiento, porque para resucitar debemos pasar por nuestra propia muerte "de cruz", quisiera despedirme haciendo una parada en las Bienaventuranzas que se meditan en el Evangelio de hoy (Lc 6, 20-26):
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas.
¿Qué te parecen? ¿Es lo que tú buscas en este mundo o es lo que tienes sin quererlo? ¿Saltas de gozo cuando te están fastidiado? Yo reconozco que no y si por algo me gusta la romería del Rocío es porque en ella se puede vivir, durante unos días, un adelanto en la tierra de lo que creo que será esa recompensa que nos espera en el cielo. Que esa experiencia que se nos regala nos ayude a crecer en la fe y en confianza para poder sobrellevar mejor la adversidad cotidiana (que a veces no es poca).
¡Seamos bienaventurados y, si Dios quiere, nos vemos en marzo!