África del Este ya no quiere tu ropa vieja. Durante décadas, países como Tanzania, Burundi, Kenia, Ruanda, Sudán del Sur y Uganda han recibido envíos de ropa de segunda mano de instituciones benéficas de América del Norte y Europa.
Estas organizaciones caritativas reúnen donaciones de gente bien intencionada y criada para creer que donar ropa es una forma efectiva de "ayudar a los necesitados" (o hacer una revisión del armario sin culpa). Pero este pensamiento necesita una actualización.
Sobra ropa usada
Los mercados africanos están inundados de abandonos occidentales hasta el punto de que los gobiernos locales creen que la industria de la confección de segunda mano está afectando de forma negativa a las industrias textiles tradicionales y debilitando la demanda de prendas de vestir producidas localmente.
Como resultado, la Comunidad de África Oriental (EAC, por sus siglas en inglés), que representa a las naciones mencionadas antes, ha impuesto aranceles elevados a las organizaciones benéficas que importaban ropa de segunda mano. A principios de 2015 se propuso una prohibición total de las importaciones de segunda mano para que entrara en vigor en 2019.
El efecto de las tarifas está repercutiendo a todos a lo largo de la cadena de suministro, desde organizaciones benéficas que recolectan donaciones hasta recicladores y revendedores.
Algunas organizaciones de caridad están resentidas porque la reventa de ropa usada es un importante generador de ingresos. Según la CBC, por ejemplo, en Canadá, el negocio de la reventa textil genera $10 millones al año.
Las ONGs se asocian para clasificar y revender las donaciones que reciben a través de tiendas minoristas. El exceso de ropa en buen estado se vende a mayoristas que pueden vender las prendas en el extranjero.
Los aranceles elevados están haciendo que las ONGs se enfoquen más en las ventas nacionales, donde pueden obtener un mayor rendimiento.
Aparentemente, Kenia, ante la presión de Estados Unidos, se retiró de la prohibición de la venta de ropa usada propuesta, pero los otros países siguen comprometidos.
No todos sus ciudadanos están contentos, ya que muchos tienen sus propios puestos en los mercados y dependen de la reventa para generar ingresos para sus familias. Otros cuestionan que sean las importaciones de esta ropa lo que está disminuyendo la economía local, señalando que la ropa nueva y barata de China e India también es un factor.
¿Entonces que hacemos con la ropa que ya no usamos?
En cualquier caso debemos replantearnos nuestras creencias y dejar de pensar que el resto del mundo quiere nuestra basura.
Muchas personas justifican comprar cantidades excesivas de ropa y usarlas durante un tiempo corto precisamente porque pueden donarse una vez que han caído en desgracia, pero la verdad es que no es tan simple.
Alguien, en algún lugar del mundo, tiene que lidiar con la caída de nuestro consumismo desenfrenado, nuestra afluencia, nuestra adicción a la moda rápida, y no es justo arrojar eso a las naciones en desarrollo.
Aunque las organizaciones benéficas puedan perder una fuente de ingresos, no es justo esperar que las comunidades del este de África carguen con la carga de esos esfuerzos.
Desarrollar una industria textil local más fuerte podría, de hecho, crear más oportunidades económicas y seguridad financiera para los ciudadanos. Hacer caso omiso de lo que están diciendo para hacernos sentir mejor como consumidores no es más que colonialismo.
Esto que esta sucediendo con la ropa no es diferente a lo que sucede con el plástico. No importa cuanto nos alabemos o nos demos palmadas en la espalda por donar la ropa que ya no querermos o por reciclar el plástico de un solo uso que no necesitamos. Nos aplaudimos diciendo que estamos haciendo algo bueno, cuando en realidad solo estamos encubriendo el consumismo.
Y adivina qué: alguien esta pagando el precio.
Es hora de que todos compremos menos, compremos mejor y lo usemos por más tiempo.
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