Vi al padre Ángel ayer en la tribuna de invitados del Congreso de los diputados escuchando al candidato con más cara de resignación que de esperanza.
Mientras el ponente defendía la necesidad de pactar tres para echar a uno, el mensajero de la paz seguramente pensaba en los niños que el día anterior lloraban de dolor en la frontera macedonia. Dolor de frío, dolor por agotamiento, dolor por el desarraigo y dolor por el gas que la policía fronteriza había descargado en sus lacrimales.
El día que pudo, contó el padre Ángel a García Ferreras que cuando fue a ver a políticos de todos los colores y les pidió ayuda para los refugiados, salió de las reuniones con tarea: ayúdenos usted, le respondieron.
Y se le quedó esa cara que ayer, dos semanas después, aún tenía.
Y se fue al Congreso, a saber de qué hablan los que deciden.
¿Y de qué hablan? De lo importante, no.
Lucía Gómez Lobato.