Encontrar un trabajo nuevo, recibir un ascenso o un aumento, cumplir años, adoptar un perrito, casarse, tener hijos… Vivimos en una sociedad que nos ha hecho creer que en todas las ocasiones especiales es imprescindible gastar dinero. Nuestra cultura del consumo se ha encargado de perpetuar esta creencia: Los medios de comunicación, la publicidad, el calendario de fiestas… Todo está diseñado para que interioricemos que “gastar dinero = celebrar“.
Y, así, nos hemos acostumbrado a celebrar generando actos de consumo, hasta tal punto que ya no sabemos hacerlo de otro modo. ¿Es el cumpleaños de una amiga? Pues se reserva un restaurante, se compra un regalo. ¿Que te han dado un ascenso? Sin duda, es hora de cambiarte a un piso más grande y comprar esa tele de plasma. ¿Que te has quedado embarazada? Hay que llenar el armario de ropa premamá y comprar todo un nuevo conjunto de muebles y llenarlos de cosas para bebés.
¿Y las bodas? Las bodas tienen su propia categoría en los eventos de consumo. Existe toda una industria alrededor del artificio de las bodas. ¿Nunca te has fijado en que la manicura cuesta el doble si es para la novia? ¿O que existen compañías dedicadas exclusivamente a decorar mesas? He asistido a bodas de miles de euros, con detalladas decoraciones, menús de 3 platos, bailarinas, DJs, vestidos de princesa y paisajes de ensueño… todo, por supuesto, inmortalizado por fotógrafos y cámaras profesionales.
Brazo de naranja, receta portuguesa que hice para nuestro último aniversario
Aunque estos felices acontecimientos en nuestras vidas son naturales, el gasto económico en el que incurrimos usándolos como excusa no lo es.
Al igual que muchas otras personas, yo también solía creer que es necesario gastar dinero para celebrar. Cuando tenía un trabajo nuevo, iba a cenar a un restaurante elegante con mi novio para celebrarlo y me compraba zapatos nuevos “para el trabajo”. ¿Pero qué significa esto? ¿Por qué hemos terminado equiparando la felicidad al gasto económico?
Cómo el sistema nos manipula para celebrar gastando dinero
La cultura del consumo nos manipula haciéndonos gastar dinero. Pero la raíz del problema va mucho más allá de la mercadotecnia. Han conseguido implantar en cada uno de nosotros la creencia de que necesitamos gastar dinero para demostrar nuestra alegría/amor/etc. Y, de este modo, esta norma social se convierte en una profecía que nosotros mismos ayudamos a cumplir:
Nos dicen que es muy caro tener hijos. Por lo tanto, cuando tenemos bebés nos gastamos mucho dinero en cosas para ellos.
Nos inculcan que las bodas son celebraciones que vacían tu cuenta corriente. Por lo tanto, compramos vestidos de 3000, manicuras de 60, miles de euros en decoraciones, servicios profesionales, etc.
Es conocimiento popular que se hacen regalos caros en los aniversarios de pareja. Así que lo hacemos un año tras otro.
Este sistema de consumo y celebraciones se perpetúa mediante la manipulación social a la que estamos expuestos. Manipulación que se sirve y se aprovecha de ciertos sentimientos y emociones humanas: el miedo, la culpa y la ilusión.
1. El miedo
Es una de las armas más poderosas del control de masas. La emplea tanto la iglesia católica, como la política, como la industria del consumo. Mucha de la publicidad que consumimos está diseñada
Recogiendo moras para celebrar nuestro cuarto aniversario.
para apelar a este sentimiento: ¿Es tu coche lo bastante seguro? ¿Está tu bebé lo bastante estimulado por sus juguetes? ¿Es el agua que bebes lo bastante mineral? Aunque es cierto que todas estas son preocupaciones válidas, ¿es realmente necesario salir corriendo a comprarse un coche nuevo cada vez que sale al mercado un nuevo dispositivo de seguridad? No. Pero nos quedamos con la sospecha de que una vida mejor y más feliz solo está a una compra de nosotros.
Con los niños, especialmente, el miedo es la emoción imperante del marketing. De forma encubierta y velada, los anuncios de productos para bebés nos dicen “compra esto o tu bebé no estará a
salvo”, “sin esto tu bebé no se desarrollará correctamente”, etc. Ya se trate de productos de alimentación, juguetes, cochecitos, sillitas para el coche o hasta libros sobre métodos y modas de crianza. De este modo, se extiende la creencia implícita de que podemos comprar nuestro estatus de buenos padres.
Además, existe otro miedo común a todos: el miedo a no estar haciendo lo suficiente en comparación a los demás. Si nuestras casas no son tan grandes, no están tan bien decoradas ni tan llenas de electrodomésticos como la casa de los Fulanito, seguramente somos inferiores, no tenemos tanta suerte o queremos menos a nuestras familias. Y esto aplica a todo: las bodas, los regalos de Navidad, etc.
2. La culpa
La culpa es la emoción que siempre sale a relucir durante los intercambios de regalos. Siempre comparamos los nuestros con los de los demás, “¿he hecho un buen regalo?”, “¿me he esforzado lo suficiente en mi compra?”, “¿me he gastado demasiado poco?”, “ellos me regalaron un perfume caro el año pasado, no puedo presentarme con un CD…”. Hemos aprendido que la pureza y profundidad de nuestros sentimientos se demuestra en las compras que hacemos para otros.
La culpa es la razón por la cual muchos hijos de padres divorciados tienen una montaña de juguetes tan grande que no saben ni qué hacer con ella. Es también la razón por la cual los regalos de aniversario entre parejas pueden llegar a límites absurdos año tras año. Las compras impulsadas por la culpa no son más que parches que ponemos a un problema para evitar afrontar las verdaderas causas. No hay más que ver anuncios de perfume, joyas o coches de lujo para darse cuenta de que el mensaje que proyecta la cultura del consumo es: “todo puede arreglarse regalando un lujo innecesario, superfluo y caro”.
3. La ilusión
Pan de Sant Jordi casero para celebrar el día del libro.
Celebrar acontecimientos y buenas noticias en nuestras vidas se ha convertido en sinónimo de gastar. Por lo tanto, cuando estamos felices e ilusionados, sentimos la tentación de salir corriendo a comprar un montón de cosas para hacer evidente nuestra ilusión. Gastar, comprar, celebrar vía el consumo es la forma que mejor conocemos de comunicarle al mundo nuestra felicidad.
No es raro ver cómo la sociedad juzga a aquellas personas que han decidido celebrar ciertos acontecimientos estilo low-cost. ¿Cuántos comentarios has oído sobre la boda de aquellos amigos que decidieron hacer un picnic en la playa en lugar de celebrarlo por todo lo alto? De algún modo la sociedad quiere que creamos que las bodas que pasan más desapercibidas son menos importantes, por eso hay tanta artimaña comercial en inculcar a las mujeres, desde muy niñas, que tener una boda de princesa es un sueño al que aspirar.
Y, en fin, lo mismo ocurre con los bebés, los aniversarios, etc.
Cómo romper con el ciclo de consumo de las ocasiones especiales
La forma en la que cada uno celebra los acontecimientos de su vida es algo muy personal, y nadie puede decirte cómo hacerlo. Nosotros decidimos empezar por dejar de hacernos regalos (de aniversario, de cumpleaños, de Navidad… no hay regalos en nuestra casa). Eso no significa que hacerse regalos sea malo, al contrario. Con esto solo queremos decir que hacerse regalos no es necesario para tener una vida feliz y una relación sana con nuestra pareja. Las cosas materiales no transmiten amor, las acciones sí.
Ir a la tienda a comprar algo es mucho más fácil que invertir tiempo, creatividad y recursos en hacer algo personalizado. Por eso, para nosotros, las cosas hechas a mano tienen mucho más valor, y esos son los regalos que preferimos dar y recibir en nuestras familias. Mermelada casera, bizcochos, jabones de aceites esenciales, almohaditas hechas con semillas, adornos navideños caseros, pan artesanal, sirope de flores… Todas estas cosas son regalos que hemos dado o recibido en los últimos años y que nos han parecido mucho más significativos, personales y especiales que un perfume, unos zapatos o joyas.
Árbol de Navidad improvisado y casero.
En lugar de regalos recibimos…
Mi suegra nos encuadernó todas sus recetas caseras en un libro que decoró con algunas fotos hechas por ella, y nos encanta. Además de recetas, incluye trucos de cocina que solo una madre tras años de experiencia puede saber. Por ejemplo: como asar un pollo, cuándo añadir la sal a ciertas cosas para que no pierdan demasiada agua, etc.
Cuando cumplí 30 años, mi mejor amiga me hizo un vídeo de 40 minutos en el que entrevistó a todos mis amigos y parientes, usó fotos, canciones, recuerdos… Y fue el regalo más especial que he recibido nunca.
También para mi 30 cumpleaños, mi madre cogió un avión sin decírmelo y voló 15 horas para venir a verme a Estados Unidos, dónde vivía.
Para el cumpleaños del Sr. Frugalez, organicé una gimcana para mi marido escondiendo papelitos por toda la casa y sorprendiéndolo con fotografías nuestras, un bizcocho de naranja recién hecho y otros dulces caseros.
Para celebrar nuestro aniversario, el Sr. Frugalez prepara una deliciosa cena casera y yo hago el postre (soy muy fan de los postres). Siempre pruebo recetas portuguesas porque me encanta la repostería de Portugal.
El día del libro (23 de abril en Barcelona, Sant Jordi) es una de mis festividades preferidas. Cada año, el Sr. Frugalez y yo nos regalamos libros de segunda mano que compramos en una de las muchas librerías de libros usados que existen en nuestra ciudad.
El Sr. Frugalez y yo celebrando su nuevo trabajo.
Regalar tu tiempo y tu esfuerzo dice mucho más que regalar un pedazo de tu crédito.
Nos gusta cocinar para nuestros amigos y familia, en lugar de ir a restaurantes. En las ocasiones especiales que nos apetece celebrar haciendo algo diferente, hacemos excursiones, visitamos nuevos rincones inexplorados, probamos cosas nuevas… Hay tantas formas de celebrar mucho más significativas que las compras.
Con esto no quiero decir que hacerse regalos o celebrar con actos de consumo sea algo malo, insisto. Pero, desde luego, no es necesario para tener una vida plena y feliz. Gasta dinero cuando esa compra solvente una verdadera necesidad, mejore tu calidad de vida o aporte valor de algún modo. Para cada uno, eso ocurre con cosas y momentos diferentes.
Gastar dinero debería ser una decisión consciente, no una inercia
Gastar dinero no es un problema cuando lo hacemos conscientemente, por necesidad o por decisión propia. El problema es que esta actitud consumista se ha convertido en nuestro modo de actuar por inercia ante toda ocasión. El gasto económico no debería invadir todos nuestros momentos de felicidad. Comprar no es una solución ni una forma de expresar sentimientos o mejorar una situación.
Tenemos que aprender que los gastos y las compras que hacemos “para celebrar las ocasiones especiales” no nos aportan lo que realmente ansiamos en el fondo de nuestras almas: amor, conexión, gratitud, familia, alegría y momentos compartidos. Y ninguna de estas cosas puede comprarse con dinero.
Y tú, ¿cómo celebras las ocasiones especiales? Deja un comentario y cuéntanoslo.
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