Toda conducta actual, tiene sus raíces en el primordio de nuestra existencia humana, como cualquier trauma de adulto, tiene su orígen en la niñéz.
Existe una crítica muy fuerte para quienes defienden la vida de perros y gatos en situación desventurosa, crítica de doble moralistas por no defender también la vida de puercos, vacas, pollos, vacas. Pero si escarbamos en nuestro pasado, veremos que los lobos-perros, probablemente no figuraron como parte regular de nuestra dieta y la relación se basó en otros múltiples beneficios más que alimentarios.
Quizá sea esa la razón por la cual amemos con profunda emoción perros más que puercos, vacas, pollos, cabras, conejos, atunes, camarones... Sin embargo, la afición a la carnivoría es un reactor de la actual crisis ambiental, el no mirar las raíces, es un problema, omnívoros significa que podemos comer de todo, la carne es solo una pequeña fracción de ese todo, y aunque nuestros ancestros la amaban tanto como nosotros ahora, para ellos no era opción cazar un mamut, venado, o bisonte diario, el hecho de comer carne fue un premio, un regocijo protéico, la oportunidad de mitigar el hambre por más tiempo, pero ahora, con la carne por todos lados, nuestro cuerpo y ecosistemas pasan a pagar una amarga factura de enfermedades y extinción.
De no comprender que la carne es un alimento ocasional en nuestras dietas, un verdadero deleite, un premio, el doble moralismo no será únicamente de quienes defienden la vida de perros y gatos, sino de todos nosotros por no atender a nuestro pasado omnívoro.