Una de las maravillas tecnológicas con las que nos han sorprendido los ingenieros en los últimos tiempos tienen un nombre tan extraño como su poder de atracción: los pequeños drones. El término en castellano proviene del vocablo inglés drone, un término que podríamos traducir como “zángano” y la última edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define dron como “aeronave no tripulada“. Los drones han revolucionado profundamente nuestra sociedad y, como cualquier otro invento, presentan múltiples ventajas: pueden llevar alimentos y medicamentos a zonas remotas y de imposible acceso para el ser humano, son capaces de adentrarse solos en zonas de riesgo sin poner en peligro la vida de un piloto, realizan impresionantes fotografías desde puntos de vista imposibles para el ojo humano, nos ofrecen datos valiosísimos sobre las costumbres de los animales salvajes… Pero estos drones, estos vehículos tripulados, también tienen una parte negativa, unas desventajas como, por ejemplo, la que da título a la noticia de hoy del blog de Gretur Viajes: su posible impacto negativo en la fauna.
La noticia salió a la luz en julio de este mismo año: un grupo de investigadores norteamericanos, preocupados por la posible incidencia de las incursiones aéreas de los drones en espacios naturales, decidieron realizar un experimento práctico con un grupo de osos negros de una región montañosa de Minnesota. Los investigadores, miembros de la Universidad de Minnesota, eligieron esta zona en concreto porque los osos vivían muy cerca de una activa comunidad agrícola y de varias carreteras y, así, deberían estar habituados al ruido y el ajetreo propios de sus vecinos humanos. Los investigadores de la Universidad de Minnesota recogieron a una familia de osos, les implantaron en su cuerpo una serie de sensores y, después de dejarlos de nuevo en su espacio habitual, hicieron volar drones a su alrededor en diecisiete ocasiones. En cada uno de estos vuelos sorpresa, los drones se acercaron bastante a los distintos miembros de la familia de osos que, curiosamente, no atacaron a ese extraño y zumbador aparato y, excepto dos jóvenes oseznos, tampoco huyeron despavoridos, pero sus constantes vitales sí cambiaron. Según el informe de conclusiones presentado por el responsable del proyecto Mark Ditmer tras el experimento, la frecuencia cardiaca de cada oso aumentó en un 400% o, lo que es lo mismo, los latidos por minuto del corazón de cada plantígrado aumentaron de 39 a 162, una frecuencia cardiaca que, si se mantenía en el tiempo, podría llegar a poner en peligro la vida de algunos de estos animales.
A pesar de estos datos, la comunidad científica no se atreve a afirmar rotundamente que la presencia de drones pueda afectar a la salud y la integridad de los animales. Así, ya se están preparando nuevos experimentos que aclaren si la tecnología de los drones tiene más perjuicios que beneficios para esa fauna que, como seres humanos, debemos respetar y preservar.