El colectivo de personas “sin techo” ve vulnerado uno de los derechos recogidos como fundamentales en la Constitución Española: el derecho a la vivienda. En la misma tesitura se encuentran las personas que residen en infraviviendas, al no garantizar éstas la satisfacción de las necesidades básicas de la personas, y a quienes también consideramos en este análisis. Por tanto, las personas –y, en concreto, las mujeres– que se ven en esta situación se ven desprovistas de un aspecto mínimo y básico para la normalización de su existencia.
MUJERES SIN HOGAR
El 20% de las personas sin hogar en España son mujeres. En la calle hay menos mujeres que hombres pero las que llegan están en peor situación. Muchas tienen una enfermedad mental, otras presentan adicciones. Los recursos afrontan el reto de atender sus necesidades específicas y sacarlas de la invisibilidad.
Según el estudio de EDIS, S.A. (2004), la distribución por género de las personas que habitan infraviviendas es del 48% de mujeres, frente al 52 % de los hombres. Aunque las mujeres sin hogar serían sólo el 13 % frente a los hombres que suman el 87 % restante. Por tanto, estaríamos hablando de más de 117.000 mujeres en España que habitan infraviviendas y unas 5000 que no tienen hogar. Otro estudio realizado por Muñoz, M. y otros (2000) para la Obra Social Caja Madrid sobre “Los límites de la exclusión” establece una distribución similar, con una mayoría de hombres, el 86,9 % de las personas sin techo, frente al 13,1 % de mujeres.
De las mujeres que habitan en infraviviendas o chabolas, la mayor parte pertenece a la etnia gitana, aunque últimamente ha aumentado el número de mujeres inmigrantes que viven en situación de hacinamiento. Por el contrario, las mujeres que acuden a refugios, albergues o centros de acogida forman un colectivo muy heterogéneo: suelen ser nativas con carencia de recursos económicos, rupturas familiares, adicción a drogas, prostitución o enfermedades mentales, e inmigrantes con alguno de estos problemas o simplemente por circunstancias pasajeras de ilegalidad y falta de trabajo.
Las mujeres inmigrantes que acceden a estos centros suelen tener una meta clara: hacerse con los papeles y con trabajo. Por esto su recuperación y posterior reinserción no es difícil de conseguir. Saben que su situación es transitoria y, por otra parte, no suelen tener la carencia afectiva ni otros problemas que tienen las mujeres nativas.
MÁS VULNERABLES A LA VIOLENCIA
Ángela y Sarabia coinciden: no le desean a nadie acabar en la calle y menos aún a una mujer. “Los primeros meses de estar en la calle no podía dormir, pasaba las noches dando vueltas y a las 7 de la mañana me ponía a dormir. Una vez mientras dormía me robaron la manta pero no me atreví a decir nada por miedo a una agresión”, recuerda Sarabia.
Los datos del INE confirman las palabras de Sarabia: al 40% de las mujeres sin hogar las han agredido, el 61% ha sufrido robos y el 24 % ha sido víctima de agresiones sexuales. Quizá por eso las mujeres en la calle evitan zonas como parques y jardines oscuros y tienen más predisposición a ir en grupo, señala el informe La situación de las personas sin hogar en Barcelona de la Red de Atención a Personas Sin Hogar.
El informe de la investigación recoge que existen varios factores que determinan el grado de vulnerabilidad de las personas sin hogar. Mientras que un 44,1% de hombres entrevistados informa de al menos un delito de odio, este porcentaje asciende a un 60,4% en el caso de las mujeres. Según Maribel Ramos, coordinadora del Observatorio, hay un claro sesgo entre ambos sexos, “ya que las mujeres tienen una mayor probabilidad de sufrir agresiones sexuales frente a la que presentan los hombres”.
HISTORIAS COMO LAS NUESTRAS QUE SE TRUNCAN HASTA LLEGAR A LA MARGINALIDAD
Una locura hizo que Sarabia perdiera su casa, su hijo y llegara a la calle para quedarse durante seis años. Pero desde hace un año está decidida a cumplir una locura aún mayor: recuperar su vida y no volver a la calle. Con 43 años, le gustaría poder volver a trabajar y, de hecho, desde hace poco participa en un taller donde le ayudan a buscar trabajo. “Soy una mujer nueva pero quiero ir con mucho cuidado. Hace un año que dejé de beber y quiero seguir la terapia”, explica.
En Barcelona, la Llar de Pau acompaña específicamente a mujeres en situación de sin hogar. El año pasado por esta casa de convalecencia pasaron 60 mujeres, todas en un estado de salud muy frágil. “El perfil de las mujeres que llegan a Llar de Pau ha evolucionado; muchas están desamparadas y con enfermedad mental, y eso es un reflejo de la situación en la calle, donde las mujeres están peor”, afirma Albert Sabatés, director de Llar de Pau.
El caso de Ángela es un ejemplo. Con 49 años, ha pasado la última década angustiada. En poco tiempo perdió a dos seres queridos, se separó del marido y sufrió una embolia que la hizo dependiente de muletas para caminar. Con problemas de alcoholismo, dejó su piso y pasó por varias habitaciones de realquiler hasta llegar a la calle, donde estuvo un tiempo con su pareja. A principios de año llegó a Llar de Pau para recuperarse física y mentalmente y ahora tiene ganas de seguir adelante y de “volver a tener un hogar” con su hijo.
SALIR DE LA CALLE, UNA ARDUA TAREA
La soledad, la desconexión social, la marginación son algunos de los desencadenantes que terminan en la calle. Sin embargo, hay muchos que quieren salir, pero que no pueden.
Existe una gran dificultad para el funcionamiento de los servicios de atención a personas sin hogar: no hay suficientes profesionales y muy pocos están formados para dar atención a los ‘sin techo’.
Las prestaciones más frecuentes de los Servicios Sociales pasan por la restauración, la acogida, la información, y el alojamiento, mientras que hay otras aún más necesarias para su inserción que son todavía insuficientes como los talleres de inserción, la asistencia jurídica, la atención psicológica o la regularización de papeles.
En otras ocasiones la imposibilidad de reinserción se debe a dinámicas que se generan y que impiden esa integración. Por ejemplo, el alcoholismo u otras adicciones. Además, un tercio padece alguna enfermedad mental sin que perciban algún tipo de tratamiento.
Y por último, la sociedad tiende a rechazar y mostrar indiferencia a las personas sin hogar, incidiendo en uno de sus aspectos más vulnerables: la autoestima. Existen innumerables prejuicios sociales que impiden ver la dureza de sus vidas.
¿POR QUÉ HAY MÁS HOMBRES QUE MUJERES SIN TECHO?
Ante situaciones difíciles las mujeres resisten más que los hombres. Pueden pasar años en los que la situación se degrada, los recursos personales y sociales se acaban y se llega a la calle. En este proceso, los hombres flaquean antes y las mujeres agotan todos los recursos que podamos imaginar para acceder a un techo. Por eso hay menos mujeres en la calle y las que llegan lo hacen en peor situación que los hombres, física y mentalmente.
Suelen ser mujeres solas sin cargas familiares que por el camino no tenían cabida en recursos para familias monoparentales con hijos o centros para víctimas de violencia. Sin embargo, proporcionalmente tienen una presencia superior en los equipamientos para personas sin hogar que en la calle porque tienen más cuidado que los hombres de su seguridad personal.
Fuente:
http://www.arrelsfundacio.org/
http://www.inmujer.gob.es/
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