Cuando tratamos de jalar una sola cosa de la naturaleza, encontramos que esta se encuentra agarrada a todo lo demás en el universo, enunció alguna vez el naturalista John Muir, quien ya en el siglo XIX buscaba que la humanidad valorara por igual la importancia de cada especie, desde los minúsculos mosquitos hasta los grandes lobos.
Pero, como seres que se desarrollan en una cultura antropocéntrica, los humanos no podemos evitar preguntarnos, de entre las millones de especies que habitan el planeta Tierra en este instante, ¿será que somos la más importante?, ¿o será que dependemos de la diversidad para nuestro bienestar?, ¿todo lo que nos rodea nos pertenece?
Con la intención de presentar diferentes perspectivas acerca de la diversidad y su impacto sobre el bienestar, el doctor en ecología José Sarukhán Kermez, el doctor en historia Alfredo López Austin y el doctor en filosofía Néstor García Canclini, se reunieron para tener una charla en la Biblioteca Vasconcelos de la Ciudad de México.
El hombre y la diversidad biológica
Al igual que toda la vida en el planeta, el ser humano es producto de la diversidad. Gracias a la diversidad genética, los organismos pueden adaptarse a las diferentes condiciones ambientales que los rodean, comenta José Sarukhán.
Esta capacidad evolutiva es lo que llevó a nuestra especie, el Homo sapiens, a desarrollar un cerebro que le dio la capacidad de crear cultura, comenta el ecólogo. Y es la evolución cultural la que ha fijado en la especie humana el deseo de prosperar y buscar estándares de bienestar creados, algo que no existe en ninguna otra especie.
Pero, a pesar de tener características bastante peculiares, la especie humana no es la única que habita este planeta. Incluso, hablando en términos evolutivos, es una de las especies que menor tiempo tiene poblando la Tierra.
Somos producto de una catarata de vida que empezó hace tres mil millones de años en este planeta. Esta catarata comenzó con unas pocas especies y se fue ampliando y diversificando por un mecanismo biológico que llevó al desarrollo de los millones de especies que existen y han existido, aclara el ecólogo.
Pero con apenas 250 mil años en este planeta, el Homo sapiens ya ha conseguido modificar profundamente el ambiente. El cerebro humano, a pesar de ser un accidente entre los muchos accidentes de la evolución biológica, ha llevado a la especie a entender e incluso afectar la catarata evolutiva de la vida.
¿El bienestar de quién?
Al plantear la diversidad biológica como una característica que proporciona un bienestar al ser humano, dentro del conversatorio, los expertos en ecología y ciencias sociales no podían evitar lanzar la pregunta: ¿qué es bienestar?
Los estándares y la definición del bienestar humano no solo dependerán del contexto social, sino del momento histórico en que se analice el concepto. Así, los recursos necesarios para satisfacer el nivel de bienestar que requiere un millonario que necesita pagar rentas estratosféricas o enormes colegiaturas, no se comparará con los que requiere una persona en un área rural que quiere mandar a sus hijos a la escuela y satisfacer sus necesidades básicas.
Por ello, Sarukhán y López Austin concuerdan en que el individuo que necesita acumular una enorme cantidad de riqueza para poder llegar a un nivel de bienestar semejante al de un hombre en un medio modesto, es un sujeto mucho más necesitado de riqueza.
No debería existir contrariedad por el hecho de que los individuos tengan necesidades diferentes, comenta López Austin, el problema surge cuando sostener el nivel de bienestar de un solo beneficiario perjudica al gran número de personas que tendrán que contribuir para mantener dicho confort.
Egoísmo y antropocentrismo
José Sarukhán considera que el significado de bienestar, al ser un término exclusivamente antropocéntrico, abarca una gran diversidad de estándares de vida que con el tiempo se han vuelto cada vez más artificiales.
Con siete mil 500 millones de seres humanos habitando la Tierra, habría que definir un nivel de bienestar que permitiera compartir y mantener los recursos vitales del planeta.
Un nivel de bienestar que permita a los individuos satisfacer sus necesidades mínimas de seguridad, alimentación, de salud, de formación, etcétera, en la medida que esa satisfacción no afecte la posibilidad de otros individuos de hacerlo, detalla el ecólogo, y recalca que este es un ideal fácil de enunciar, pero difícil de realizar.
No estamos educados para eso, estamos educados para cada vez tener más cosas materiales, para cada vez acumular más objetos, para cada vez buscar cuestiones más lujosas, porque ese es el medidor de bienestar, de éxito.
Los patrones culturales actuales han puesto al humano como centro del universo, como un producto especial de la creación, y han propiciado el papel de dominio del hombre sobre el entorno natural. Lo cual ha dejado a generaciones en la ignorancia de que compartimos el espacio con millones de especies, opina Sarukhán.
Esto se traduce en estilos de vida que se sintetizan de manera burda en el american way of life, en donde los individuos solo se interesan por vivir bien ellos, sus hijos, sus nietos. La justificación de esta forma de vida se resume en la frase: yo trabajo y merezco todo lo que quiero, sin importar si esto perjudica a esta generación o a las futuras, detalla el ecólogo.
Este tipo de ideología ha desencadenado el modelo de concentración en el que viven las culturas occidentales actuales, en donde un ínfimo porcentaje de la población mundial es la que crea la manera de concebir el mundo, y los demás la aceptamos. Pero en beneficio de quién se impone este modo de vida, ¿de todos o de esa pequeña minoría?, se pregunta López Austin.
Es este el caso en donde estas minorías, expandidas por su acceso al poder y las riquezas, sacralizan lo propio, propiciando la desigualdad y el egoísmo y, en consecuencia, usurpan la libertad democrática, concuerda García Canclini.
Para poner un ejemplo claro de esta mentalidad, el historiador López Austin recuerda un momento en la historia de la ciencia en donde la riqueza de unos pocos se generó mediante la producción de gasolinas que liberaban plomo en el ambiente, un elemento altamente tóxico.
Cuando el científico estadounidense Clair Patterson descubre que el plomo está poniendo en riesgo el bienestar y la vida de toda la población, es necesario llevar el caso a los tribunales para lograr la prohibición del uso del plomo.
Este caso que perjudicaba toda la vida en el planeta, por el beneficio de un grupo muy pequeño, necesitó años para resolverse e ilustra cómo a pesar de que toda la humanidad estaba siendo afectada no fue fácil que la minoría expandida aceptara ceder en su nivel de bienestar.
¿La diversidad es bienestar?
Habiendo establecido que el bienestar, con sus subjetividades, debe perseguirse sin perjudicar el bienestar de los otros, los protagonistas del conversatorio prosiguieron con la reflexión acerca de si la biodiversidad representa un coadyuvante del bienestar humano.
Como antropólogo, llevo un tiempo dedicándome a analizar la globalización y los conflictos interculturales. Cuando me puse a hacer una nota pensando en lo que podía yo decir en este conversatorio se me convirtió el título en pregunta, ¿la biodiversidad cultural es bienestar?, comenta García Canclini.
Observando la serie de conflictos multiculturales actuales, incluso los individuos que consideraban la biodiversidad como riqueza, podrían comenzar a pensar que la multiculturalidad ha pasado de un fenómeno de riqueza a uno de desorden.
Este desorden puede deberse a que hoy convivimos mucho más con el otro, comparando con cualquier época pasada. Tenemos las diferentes culturas mucho más cerca, lo que dificulta la coexistencia, opina García Canclini.
Hasta hace muy pocas décadas, los japoneses estaban en Japón y los bolivianos en Bolivia. Ahora la tercera ciudad boliviana por población es Buenos Aires, donde además se discrimina bastante a los bolivianos. Los Ángeles es la tercera ciudad mexicana, donde a los mexicanos también nos ocurre algo parecido, comenta el filósofo.
Entonces, la multiculturalidad surge como un fenómeno muy complejo, en donde fenómenos como el fundamentalismo islámico comienzan a interesar a muchas más personas que al especialista en religiones.
Por su parte, López Austin recuerda que México, además de ser un país de enorme diversidad natural, también es una nación de gran diversidad social. Pero no solo por la riqueza étnica, sino por el variado mosaico de cosmovisiones que habitan en él. Y hace énfasis en que México es un país que históricamente ha sufrido mucho este mosaico cultural.
Aunque para García Canclini no existe una relación automática entre diversidad cultural y bienestar, reconoce la diversidad como un mecanismo contra la concentración de poder, de riqueza y de conocimiento.
Lo cual, en cierto modo, concuerda con la concepción de que si no existe la diversidad no se tiene las opciones para adaptarse a las condiciones del ambiente que le permitirían a las especies, incluyendo la humana, sobrevivir y perpetuarse.
En dónde estamos y hacia dónde vamos
En este momento histórico, la humanidad está arriesgando severamente las condiciones de las que depende su supervivencia, lo que podría llevar a la desaparición del Homo sapiens, opina José Sarukhán.
Para el ecólogo, generar un sentimiento de responsabilidad y una ética que permita revertir el daño que se ha hecho hasta ahora será posible solo tomando en cuenta las diversidades, biológica y cultural.
Cada uno debemos asumir que no somos el centro de la verdad, pues de lo contrario caemos en la intolerancia. Debemos entender que la diversidad debe enseñarnos, a través de la historia y de la antropología, que somos un otro en un mar de otredades. Que no tenemos ningún privilegio de verdad, tenemos que entender que tenemos una necesidad psicológica de sentirnos centro, pero que no lo somos, López Austin.
Es necesario propiciar el bienestar social sobre el privado, analizando en dónde estamos, qué hemos hecho y qué es lo que cada estilo de vida en el planeta hace al ambiente. Todas las variantes deben ser consideradas para generar estructuras éticas, educativas, mediáticas e institucionales, considera el ecólogo.
Debemos repensar al ser humano como individuos completos, eso implica reconocernos individuos sociales y no como la célula aislada que nos han hecho creer que somos, porque de esta manera se pierde toda comunicación con lo que me rodea en la vida. Debemos pensarnos más reales, más sociales, concuerda el historiador.
El crecimiento poblacional, primar el beneficio privado sobre el social y considerar los factores económicos y de poder como los únicos estándares de bienestar, nos ha llevado a vivir en un sistema que no puede seguir perpetuándose por largo tiempo sin afectar severamente a la mayoría de la población y de la vida en el planeta, concuerdan los especialistas.
Definir el bienestar como la acumulación de riquezas espirituales, la amistad, la familia, el intercambio de ideas, el gozo de la naturaleza, los rituales y otros satisfactores no económicos nos ayudarán a replantear el camino a seguir, a criticar los sistemas que no piensan en el colectivo, afirma José Sarukhán.
Alternativas de vida
Para García Canclini, que como antropólogo ha estudiado diversos aspectos de la juventud en nuestra sociedad, existe un grupo de jóvenes que está intentando cambiar el mundo en donde vive.
A diferencia de los jóvenes impulsados por el boom del individualismo, que tuvo su auge en el México de los noventa bajo el concepto de jóvenes creativos, de la idealización de los emprendedores y de la iniciativa individual —lo cual no resultó exitoso desde el punto de vista social—, existen grupos que están optando por el colectivismo.
En ocasiones se les nombra irónicamente escépticos, pero están creando huertas en azoteas, pequeños jardines en condominios y desarrollan sus actividades creativas en idea del bien común. Yo diría que hay que prestar mucha atención a la manera en que están replanteando estas nuevas generaciones las experiencias de convivencia y de cooperación, incluso trasnacionales, opina García Canclini.
Estos jóvenes no aceptan que se les arrebate la riqueza natural, cultural y social a la que pueden tener acceso. No permiten que se limiten sus oportunidades de acceso al conocimiento, a la cultura, a los bienes artísticos ni a la naturaleza.
Y a pesar de que hay mucha idealización y malentendido con todas estas alternativas que se venden como salidas, hay que reconocer que existe en ellas un intento y una innovación crítica a los sistemas que no piensan en colectivo, concluye el filósofo.