Países como México tienen un retraso de 50 años con respecto de otros en los que ya conocen sus recursos naturales y saben qué elementos se podrían conservar o modificar, expuso Javier Carmona, investigador de la Facultad de Ciencias.
En el estudio de manejo de agua es indispensable calcular no sólo cuánto líquido escurre superficialmente, sino además qué cantidad se filtra, cuánta se evapora, cuánta hay en forma de nubosidad y cuánta está condensada en glaciales, de tal manera que es difícil precisar los números reales, reconoció.
La UNAM ha colaborado en la propuesta de soluciones con argumentos científicos y probados en todas las ramas del conocimiento. Solamente en su base de datos de tesis de licenciatura y posgrado hay cuatro mil 112 trabajos (hasta el 1 de marzo) con el asunto referido.
Carmona aseguró que no hay capacidad, incluso en las autoridades del ramo, para conocer la cantidad del agua existente en nuestro territorio, lo que permitiría definir cuánta se necesitaría para sustentar el consumo humano y mantener en equilibrio el ecosistema.
Las cifras oficiales son relativas y es difícil precisarlas porque, además, la República Mexicana es muy heterogénea; la distribución de agua en el norte generalmente es mucho más precaria que en el centro o sureste, y justo es lo que tenemos que hacer los investigadores: conocer esa heterogeneidad para manejar las cifras de una manera más racional, subrayó.
Parece que hay una desconexión entre instituciones de distinto nivel; peor aún, con la misma sociedad, que sin duda puede y debe convertirse en actor clave para evaluar o regular parte del manejo del recurso.
Entubada
La cuenca de México tiene una paradoja en términos de manejo de agua, pues su vocación es de almacenamiento por su fisiografía, que permite que escurra para que las cordilleras asociadas drenen el recurso y se acumule de manera natural, anotó el universitario.
No obstante, del líquido que eventualmente se almacena muy poco recarga al manto acuífero, pues la superficie está cubierta de asfalto, por lo que la posibilidad de la filtración natural es mínima o nula.
Es tal la cantidad que se evita filtrar, que cuando necesitamos agua no hay, porque los mantos no se reabastecieron. Por eso es una paradoja: en algún momento el líquido puede ocasionar un daño eventual por inundaciones o deslaves, pero en época de estiaje puede causar sequías y desabasto.
Sin embargo, el riesgo mayor son las malas políticas públicas en torno a su manejo, pues para todas las adversidades existe un remedio técnico o una respuesta que podría mitigar el problema.
Tenemos que modificar la percepción de cómo manejar el agua, no todo se resuelve con tubos: si nos sobra, la sacamos por un tubo; si nos falta, la traemos por un tubo, en lugar de plantear acciones con mayor sustento científico y tecnológico, donde la conservación de nuestros recursos naturales y la revaloración de los servicios que prestan los ambientes acuáticos sean la mejor herramienta para su manejo.
En Europa desde hace tiempo se prevé cómo recuperar las zonas de captación y asegurar la recarga o circulación del líquido, por eso el riesgo natural son las malas políticas públicas que se implementan y que no han logrado resolver la paradoja del exceso y abastecimiento, concluyó.
Fuente: UNAM