Además de afrontar una crisis de salud nunca vista, el mundo también enfrenta una crisis educativa debido a las interrupciones causadas por el cierre de las escuelas. Las consecuencias serán a largo plazo si tenemos en cuenta que el impacto sanitario y económico sigue muy presente en gran parte del mundo.
La UNESCO estima que unos 1.200 millones de personas (el 91.4% de la población estudiantil mundial) se han visto afectados por el cierre de escuelas y universidades debido a las medidas para frenar la propagación del COVID-19. La educación se está viendo especialmente dañada en aquellos países donde se hace difícil un programa estatal de reorganización de los estudios, o en zonas donde el aprendizaje online es prácticamente imposible por la falta de medios.
Solo en América Latina, según datos del Banco Mundial, el cierre masivo de centro educativos ha afectado a unos 170 millones de estudiantes. Mientras, en África subsahariana, menos de la mitad de las escuelas primarias y del ciclo inferior de la secundaria tenían acceso a electricidad, internet, ordenadores o instalaciones básicas para lavarse las manos, por lo que se hace difícil encontrar una fórmula innovadora para garantizar la formación durante estos meses. Además, el 89 % de hogares carece de ordenador, un 82% no tiene acceso a Internet y 28 millones de estudiantes viven en lugares sin cobertura telefónica.
La falta de acceso a los colegios no solo ha tenido evidentes consecuencias para el aprendizaje, sino que, en muchos casos, la asistencia al mismo era la que garantizaba la obtención de la mejor comida del día. Esto ha sido un grave problema para muchas familias que además han visto aún más reducidos sus ingresos debido a la prohibición de circulación y de llevar a cabo actividades económicas. Los informes de varios países alertan también que la violencia doméstica contra las mujeres y los niños está aumentando durante el confinamiento.
Antes de la pandemia muchos países no contaban con conectividad o con herramientas digitales para apoyar el proceso de enseñanza en el contexto escolar y, aunque es cierto que muchos han implementado plataformas educativas estatales para favorecer la teleformación, la brecha digital en las zonas rurales se hará aún más grande para esta generación de estudiantes. Cabe recordar que, hasta ahora, 773 millones de jóvenes y adultos no poseían aún las competencias básicas en lectoescritura.
Confinados en sus casas, con acceso nulo o escaso a teleformación y en muchos casos con sistemas educativos frágiles con pocos recursos para la reorganización, las desigualdades en educación se hacen aún más evidentes en este contexto. Desigualdades que aumentarán la distancia que ya existe entre quienes tienen recursos para continuar aprendiendo y quienes no, afectando especialmente a estudiantes de comunidades indígenas, migrantes o alumnos con necesidades especiales.