Actualmente, la mayoría de los productos son conformados a lo largo de extensas cadenas de producción que alienan a los consumidores, causando que muchos generen desconfianza y den la espalda a los productos procesados para recurrir a alternativas más naturales a causa de los contaminantes que pueden estar en los alimentos.
Una de las tendencias de la sociedad actual es que el desarrollo sostenible busca revertir es la distanciación entre la población en general y los productos que consumen.
El desarrollo sostenible se plantea encarar esta situación fomentando la transparencia y reduciendo las cadenas de manufactura con el fin de fomentar mejores hábitos entre las industrias que producen bienes de consumo y recuperar la confianza decreciente de los consumidores.
Este es un cambio bien recibido, pues en los últimos años los casos de contaminantes en los alimentos e irregularidades en productos de consumo se han disparado generando pánico y tensión entre los consumidores del mundo.
Tristemente una de los sectores más afectados por esto a nivel global es el de los alimentos, dónde destacan muchísimos ejemplos infames en los que los alimentos manufacturados y procesados han llegado a contener contaminantes peligrosos.
Lastimosamente pasan por los controles de calidad y solo son detectados por las nefastas consecuencias que producen sobre la salud de aquellos que los consumen sin sospecharlo.
La presencia de estos contaminantes en los animales representa un problema que debe abordarse de una vez antes de generar aún más daños.
Cadena de contaminantes en los alimentos
Conociendo la existencia de este problema, la primera pregunta que surge es: ¿De dónde provienen estos contaminantes? La respuesta es bastante compleja.
Los contaminantes pueden llegar a los alimentos en varios puntos del proceso de elaboración, y en función de eso, se clasifican en distintos grupos.
En primer lugar están los contaminantes biológicos que se fijan a los alimentos durante su etapa de cultivo, en este grupo se encuentran parásitos, bacterias o virus que no son eliminados mediante un tratamiento adecuado y pueden afectar la salud de los consumidores.
Un ejemplo de esto sería el mercurio acumulado en los peces depredadores o la infame enfermedad de las vacas locas.
Además de esto, también existen contaminantes químicos o aditivos, que son aquellas sustancias que se añaden a los alimentos durante su procesamiento para aumentar o añadir cualidades deseables.
En muchos casos estás sustancias no producen ningún daño pero en otros su presencia puede terminar provocando efectos negativos sobre la salud que no se anticiparon en primera instancia, dando lugar a productos peligrosos para los consumidores.
Entre este grupo se encuentran ejemplos como los alimentos tratados con conservantes carcinogénicos o las fórmulas alimenticias para bebés que no cubren las necesidades nutricionales de los más pequeños.
Autoridades contaminantes
Pero lo más preocupante de este problema es el aparente desinterés —y en algunos casos hasta cooperación— de las autoridades que deberían velar por mantener a los alimentos libres de contaminantes dañinos.
Una y otra vez se observan casos en los que las autoridades sanitarias pasan por alto estos brotes de contaminación o los tratan con menos preocupación de la que merecen.
De igual manera también surgen a la luz casos en los que empresarios sin escrúpulos adulteran sus propios productos para abaratar costos, elevando su margen de ganancias a costa de la salud del público.
Resulta triste reconocer hasta qué punto este problema ha disminuido la confianza de los consumidores en el sector de la producción de alimentos.
Por eso es que es tan importante construir los ideales del desarrollo sostenible en su esfuerzo por establecer mayores estándares de salud y transparencia a los alimentos que consumimos.