El proceso de ingeniería genética consiste en la modificación del ADN mediante la transferencia de uno o varios genes de un ser vivo que actúa como donante a otro que va a recibir esa cualidad o rasgo; siendo ambos de especies diferentes, otorgándole la mejora que se desea y que se manifestará durante su desarrollo.
En el caso de semillas, las plantas se hacen resistentes a plagas o tolerantes a herbicidas, incrementando sustancialmente los rendimientos de las plantaciones.
Entre los principales cultivos transgénicos están el maíz, la soja, el algodón y la colza
En muchos casos se destinan a la elaboración de piensos para la ganadería, por lo que llegan indirectamente a la alimentación humana. Otros alimentos en los que también se han realizado transferencia de genes son: tomate, arroz, remolacha azucarera, patata, alfalfa, papaya, calabacín y calabaza.
Un puñado de grandes empresas multinacionales de biotecnología monopoliza la producción de alimentos transgénicos, siendo la más conocida Monsanto, pero también están Basf, Dupont, Bayer, Dow y Syngenta.
Este es uno de los aspectos que ha llevado al cuestionamiento de los alimentos transgénicos, puesto que se establece una relación de dependencia total que los agricultores con estas compañías que, al suministrarles semillas no viables, terminan controlando todo el proceso productivo.
Los países que poseen las mayores extensiones de cultivos transgénicos son: Estados Unidos (63 %), Argentina (21 %), Canadá (6 %), China (4 %), Brasil (4 %) y Sudáfrica (1 %). En Europa, España y en menor grado Portugal son los principales productores en la Unión Europea.
Controversias en torno a los alimentos transgénicos
El cultivo de la soja transgénica, tolerante a la sequía, a herbicidas y a las plagas han hecho de Argentina uno de los mayores productores de este rubro a nivel mundial.Por una parte están los defensores del uso de alimentos transgénicos, quienes ponen en relieve las ventajas que esta biotecnología ofrece:
Aumento de la productividad de los cultivos debido a la protección frente a plagas, virus o herbicidas (se reduce el uso de agroquímicos).
Mayor durabilidad y tamaño, crecimiento acelerado o la capacidad de desarrollarse en condiciones climáticas adversas.
Proporcionar nutrientes que en ciertas condiciones naturales no existiesen.
Mejoras en las propiedades sensoriales como sabor, olor, color o textura.
Sus detractores —que no son pocos— y que entre varias organizaciones se destaca Greenpeace, quienes han alertado sobre el peligro que representan estos organismos genéticamente modificados en la pérdida de la biodiversidad, así como otros impactos medioambientales como el incremento de sustancias tóxicas vertidas al ambiente.
En el área de la salud, también se han puesto en evidencia las posibles reacciones alérgicas derivadas de estos alimentos
Aunque la Unión Europea (UE) no tiene objeciones a la introducción de los cultivos o consumo de alimentos transgénicos, deja en los estados miembros, la potestad de decidir su uso o prohibición. El etiquetado es obligatorio en la UE para todos los alimentos y piensos que contengan o hayan sido obtenidos a partir de plantas modificadas genéticamente, cuando esto represente más del 0,9 % del ingrediente. La decisión de adquirir estos alimentos queda en manos de los consumidores.
Finalmente, los más entusiastas defensores de los alimentos transgénicos pregonan que son la solución para alimentar a toda la población mundial. Lo cierto es que, el problema del hambre en el mundo está en la desigual distribución de los alimentos, al desperdicio de toneladas de comida en los países desarrollados, no se trata de un problema a resolver por la biotecnología que ya está presente.