Grupo de bacterias E. coli al microscopio electrónico.
Aunque sea una revolución invisible, porque los ciudadanos conocen mejor las dimensiones del culo de la modelo Kim Kardashian que los espectaculares avances de la biotecnología, bacterias modificadas genéticamente por científicos ya son capaces de producir combustibles, plásticos, insulina para diabéticos, hormonas del crecimiento, antibióticos e incluso vacunas.
Son bacterias comunes, presentes en nuestras heces, también en las de Kim Kardashian. La más habitual es la Escherichia coli, tan fácil de modificar genéticamente en el laboratorio que su expansión como fábrica industrial solo se ha retrasado por el temor a fugas de estos microbios transformados al medio ambiente.
Este jueves, dos equipos científicos trabajando por separado presentan un nuevo método para minimizar estos miedos. Los investigadores, de las universidades estadounidenses de Harvard y Yale, han reescrito el ADN de la bacteria E. coli para que sea incapaz de sobrevivir sin unos nutrientes artificiales que no existen en la naturaleza. Para los autores, esta táctica abre la puerta a la creación de alimentos a partir de bacterias al aire libre e incluso a la utilización de toneladas de microbios devoradores de petróleo para limpiar una marea negra.
“Yo animo a que exista una preocupación por las nuevas tecnologías. De hecho, este enfoque aborda uno de los principales temores a los organismos modificados genéticamente, que es la creación de especies que invadan el medio ambiente o mezclen su ADN con otras especies”, explica George Church, profesor de genética en la Escuela Médica de Harvard y principal autor de uno de los estudios. Este investigador generó polémica, hace dos años, al sugerir la posibilidad de crear un grupo de neandertales a partir de la ingeniería genética y de“mujeres intrépidas” dispuestas a parirlos.
Church subraya que no le consta “ningún caso de daño al entorno, los animales o los seres humanos” causado hasta la fecha por organismos modificados genéticamente, pero aplaude que se establezca “una especie de ingeniería de seguridad por adelantado”. A su juicio, su técnica sirve como cimiento para crear organismos “más seguros, aislados de los ecosistemas naturales por su dependencia de productos sintéticos”.
“Es como los nuevos modelos de coches, que deben estrellarse en laboratorios controlados, no vale con probar su seguridad solo a nivel teórico”, recalca. Su equipo no ha detectado ni una fuga en un billón de bacterias modificadas genéticamente para sobrevivir solo con determinados nutrientes sintéticos. Estas sustancias esenciales son una versión artificial de los aminoácidos, los ladrillos que forman todas las proteínas, desde los anticuerpos que nos defienden de las infecciones a la hemoglobina que transporta el oxígeno en nuestra sangre.
Church y el principal autor del otro estudio, el experto en biología sintética Farren Isaacs, de Yale, han bautizado a sus criaturas “organismos genómicamente recodificados”, en alusión a los sofisticados y múltiples cambios en su genoma. Sus hallazgos se publican en la revista Nature.
El biólogo español Pere Puigdomènech formó parte, en 2009, del Grupo de Ética que recomendó soluciones de este estilo al presidente de la Comisión Europea para garantizar la seguridad de los organismos modificados genéticamente. “Este es un método muy fuerte para eliminar riesgos, porque los cambios que han introducido en el código genético son casi imposibles de revertir, aunque hay que recordar que el riesgo cero no existe”, opina Puigdomènech, del Centro de Investigación en Agrigenómica, en Cerdanyola del Vallès (Barcelona).
Este experto también aplaude la sofisticación de los cambios genéticos introducidos, que hacen “muy difícil” que, por mutaciones o por intercambio de segmentos de ADN con otros microbios, estas bacterias se conviertan en organismos diferentes y viables.
Puigdomènech, sin embargo, dibuja una posibilidad aterradora: la bioguerra. “Con esta técnica se podrían crear microorganismos que atacaran a todo el mundo excepto a los que tuvieran un tipo de antídoto, pero esto es ir demasiado lejos con las especulaciones, porque con un par de fusiles Kalashnikov no hacen falta cosas tan sofisticadas, como hemos visto”, argumenta.
Por el momento, este nuevo método se reducirá a los microorganismos. “Pretender recodificar el genoma de una planta, más de 100 veces más grande que el de la E. coli, es una quimera ahora mismo”, sostiene Josep María Casacuberta, científico del CSIC y exmiembro del panel de transgénicos de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria.