Mi nombre es Paloma, tengo 39 años y no soy diferente a ti que estás leyendo esto, soy una mujer normal, vivo en una ciudad pequeña (o un pueblo grande, que me gusta más), trabajo, estoy casada y tengo dos hijos. Me gusta la cocina, la pintura, ver series de televisión, salir con los amigos a tapear los fines de semana y viajar.
Esa “normalidad” me convierte en una privilegiada, porque no tengo que preocuparme de si mis hijos tendrán cubiertas sus necesidades básicas, ni de si podrán estudiar o tendrán oportunidades en la vida.
Madres de Bodouakro durante curso de alfabetización.
Foto vía Cristina Saavedra.
Y parándome a pensar un poco, es tremendamente injusto que otros padres, sólo por el hecho de estar en otro lugar geográfico, sí tengan esas inquietudes. Debe ser muy duro no saber si tus hijos tendrán comida, o podrán estudiar, porque tengan que colaborar en casa (sí, en muchos lugares del mundo el trabajo infantil es una realidad) o simplemente porque no tengan acceso a la escuela, por lejanía o por ausencia. Y debe ser muy angustioso no saber qué futuro les espera, saber que no cuentan con muchas oportunidades, y que tendrán que esforzarse mucho para aprovechar esas poquitas que la vida les da.
Y ahí, tras esa reflexión, es cuando me doy cuenta de que no puedo mirar hacia otro lado y dejarlo pasar, no puedo seguir poniéndome escusas. No vale pensar que es una aportación demasiado pequeña para cambiar el mundo. De acuerdo, no voy a cambiar la situación económica, social o política de ningún país, ni voy a acabar con las injusticias, las guerras y la explotación, pero sí voy a cambiar la vida y el futuro de una niña, de una familia, y voy a contribuir a dar más oportunidades a una comunidad.
Admiro profundamente a los cooperantes que sacrifican su tiempo y sus vidas por ayudar a los demás, ojalá hubiese más gente como ellos, seguro que el mundo sería un lugar mejor. Pero ellos, sólo con buena voluntad no pueden desarrollar su labor, necesitan financiación para llevarla a cabo, y ahí es donde entramos todos los que no debemos (no podemos) mirar a otro lado. No te pido que dejes tus obligaciones y te vayas a la otra punta del planeta a construir una escuela, pero sí que apadrines, que sientas esa satisfacción de ayudar, de aportar tu granito de arena. Puede que no te sobre el dinero, a mí tampoco, pero es mucho más lo que recibes que lo que entregas, en mi casa fue una alegría recibir la foto de nuestra ahijada, y deseamos que le vaya bien en la vida, y que sea feliz, y si nosotros hemos contribuido a eso ya será más que suficiente.
Ojalá y os animéis a apadrinar.
Muchos besos.
Paloma