No sería una exageración decir que la agricultura sostenible es la base sobre la que se formó y creció nuestra civilización. Quizás no debería sorprendernos entonces lo mucho que ha cambiado esta noble actividad con el paso de los siglos.
Donde alguna vez se formaban pequeños huertos de vegetales estacionales para la subsistencia e intercambio dentro de las comunidades primitivas, ahora los cultivos se extienden por hectáreas incontables y constituyen una compleja industria que se dedica a la producción, procesamiento, transporte y comercialización de los productos de la tierra.
Con la siempre creciente población humana y la insaciable hambre de los mercados globales, no es sorpresa que la agricultura a gran escala terminará convirtiéndose en una actividad insostenible que produce alimentos de manera inadecuada al mismo tiempo que degrada al medio ambiente.
Pero no tiene que ser así. Alrededor del mundo florecen cada vez más las semillas de la agricultura sostenible.
La agricultura sostenible puede definirse como el conjunto de métodos y operaciones dirigidos a realizar actividades agrícolas generando el menor impacto posible sobre el medio ambiente y de la manera más eficiente posible.
A primera vista esto puede parecer una paradoja pues se nos ha enseñado que los cultivos industriales a gran escala son la forma más eficiente de realizar actividades agrícolas.
Pero basta con una rápida mirada al modelo industrial para darnos cuenta de la gran cantidad de energía, recursos y alimentos que derrocha.
La agricultura sostenible plantea que con un sistema más eficiente basado en los principios de la sostenibilidad puede lograrse un mejor rendimiento en los cultivos que garantice alimento para la población sin poner en entredicho el bienestar de nuestro medio ambiente.
Cambios pequeños y grandes consecuencias de la agricultura sostenible
Existen numerosas maneras en las que se puede hacer más eficiente a la agricultura. A nivel de la producción de cultivos, se pueden preparar granjas para operar utilizando energías renovables como la lumínica o la eólica.
Se podrían incorporar además sistemas de riego que permitan un menor desperdicio de agua. Estas medidas constituyen un gran ahorro desde el punto de vista de consumo de combustible y recursos con el doble beneficio de disminuir costos y emisiones de gases de efecto invernadero.
Además de esto, también se plantea un aumento en el uso de invernaderos para los cultivos, pues en esta modalidad es más sencillo controlar las condiciones de la agricultura, permitiendo manejar mejor el desarrollo de los cultivos mientras se disminuyen los efectos dañinos sobre el suelo.
En el caso del procesamiento, se plantea una mayor producción de cultivos que requieran un menor procesamiento para ser consumidos.
Esto permite disminuir los gastos asociados al procesamiento y generar un flujo más directo desde los productos hacia los consumidores.
De igual manera sería posible disminuir los derroches asociados al transporte, produciendo los alimentos más cerca de las comunidades dónde son comercializados y consumidos.
Esto daría lugar a una relación más estrecha entre los consumidores y el medio ambiente que les rodea gracias a la agricultura sostenible.
Los frutos de la sostenibilidad
Sin embargo, el beneficio más grande que nos ofrece la agricultura sostenible es que, al igual que en tiempos remotos, puede servir como base de nuestra civilización.
Ante la crisis del cambio climático se ha vuelto evidente la necesidad de reorientar nuestro estilo de vida, dejando atrás el consumo desmedido en favor de la sostenibilidad y la coexistencia con el medio ambiente.
Si los cultivos nos ayudaron a sentar nuestras raíces, es justo que nos ayuden también a dar forma a nuestro porvenir.
