Y no sólo dejamos de jugar si no que, en muchos casos subestimamos el valor del juego diciendo cosas como:
"¡Venga! ¡Deja de jugar y ponte a hacer algo útil!", o "¡Te pasas el día jugando y no te tomas nada en serio!" y todavía otra: "¿Quieres prestar atención? Esto no es ningún juego"
En nuestro mundo, este mundo tan utilitarista, el juego está siendo en buena medida despreciado, pero la utilidad del juego ha sido demostrada científicamente ya que se encuentra directamente relacionada con el desarrollo del córtex prefrontal que es la región cerebral responsable de la cognición, o sea, que literalmente nos ayuda a modelar el cerebro, nos hace más listos y adaptables y nos estimula la conciencia.
Es curioso porque cuando nos damos permiso para reír, para jugar, para pasarlo bien; nuestra mirada del mundo cambia positivamente.
El adulto que juega (no estoy hablando de los juegos de azar, sino de jugar abriendo los pulmones y dando permiso a la risa y al bienestar para que nos inunden) está más preparado para enfrentarse de manera creativa a los retos que la vida le pone por delante; ha podido desarrollar más defensas contra la fustración y expresa de una manera más sana sus sentimientos y sus emociones.
Además, cuando nos sentamos en una mesa delante de un tablero o nos echamos por el suelo con nuestros hijos, sobrinos, nietos,... establecemos unos sólidos y enfortalecedores vínculos emocionales con ellos, y, por experiencia propia os puedo asegurar que esta experiencia es maravillosa. Nadie debería dejarla escapar.