Si hay algo que no podemos evitar, es el consumir. De una manera o de otra, la gran mayoría de nosotros acabamos dependiendo del mercado local y global para vivir nuestras vidas con cierta comodidad y calidad. Afortunadamente, esa consumición, cada una de las compras que realizamos, puede ser más o menos ética. Y eso sí es un factor que está en nuestras manos.
Muchos asocian el término ‘comercio justo’ con un sello colorido en algunas marcas de café, chocolate o incluso plátanos y frutas tropicales, pero lo cierto es que este sistema –o revolución, en cierta manera- va mucho más allá que un logotipo y un anuncio de caras sonrientes.
Cuando compras productos que están certificados bajo el sello de comercio justo, estás apoyando en muchos niveles a que agricultores, productores y emprendedores de alrededor del mundo trabajen por un salario justo.
No solo resulta ético para los mismos trabajadores, sino también para el apoyo económico de sus familias, para el desarrollo internacional de sus comunidades, para el acceso a la educación y a la sanidad de los niños, para la formación de sociedades con más igualdad de género, y para el apoyo a técnicas y sistemas sostenibles y respetuosos con el medio ambiente.
Como si de un código de honor se tratara, la gran comunidad internacional del comercio justo sigue a rajatabla varios principios que bien podrían tratarse de objetivos globales, como por ejemplo la igualdad de género, la lucha contra el trabajo infantil, los salarios justos, las condiciones laborales dignas, la transparencia, el respeto por el medio ambiente y por la identidad cultural de las personas, y la creación de oportunidades para productores en desventaja económica.
Imagen de Max Havelaar Academie (x)
Muchas organizaciones utilizan una frase que me parece magnífica para explicar la esencia del comercio justo: se trata de un modelo que se asegura de que la economía global sirva a la gente, y no al revés.
Numerosas marcas y empresas, propietarias de productos que compramos habitualmente, harían bien en recordar eso. Pero la responsabilidad de crear un mundo más justo no solo reside en ellos, sino también en nosotros.
Cabe recordar que la gran base del comercio justo es la solidaridad. Se apoya, pues, en miles de personas que se comprometen a afrontar las desigualdades humanitarias y las injusticias medioambientales a través de su voto más poderoso: su consumo. Por suerte, parece que cada vez estas organizaciones crecen más y se hacen más conocidas, pero es importante no dormirse en los laureles. En España, por ejemplo, nos queda mucho trabajo que hacer, ya que menos del 5% de la población pone en práctica el comercio justo.
Un estudio de Oxfam Intermónelaborado en el 2014 apunta que la brecha entre ricos y pobres no hace más que crecer, y que ese mismo año la riqueza de la mitad más pobre de la humanidad era la misma que la de solamente 85 personas. Y es que cuando hablamos de desigualdad no nos referimos a una diferencia de veinte dólares en el salario, sino a miles de vidas en juego por falta de condiciones dignas que aseguren la subsistencia individual y familiar.
Viendo esta situación, está claro que tenemos la responsabilidad de tirar hacia adelante este gran proyecto global, de darle voz y fuerza, y de no parar el activismo a su favor hasta que el comercio justo se normalice, ¡tanto como el comprar postales de Unicef por Navidad!
Imagen de portada: (x)