Por muy saludables que seamos o que queramos ser, ¡somos humanos! Así que seguramente hayamos experimentado alguna que otra vez la clásica batalla entre el hambre real y el hambre emocional.
Y porque es más psicológico que físico, ¡muchas veces ni siquiera sabemos de qué se trata!
En mi opinión, ser capaz de diferenciar entre los dos y escuchar lo que tu cuerpo realmente necesita es algo que deberíamos aprender desde muy temprano. No obstante, ya que la gran mayoría de nosotros no tenemos una clase de hambre emocional en el colegio, hoy os dejo con este post para tener una guía simple pero efectiva.
Hambre física vs emocional
El hambre física es fácil de reconocer; es gradual, puede estirarse y esperar hasta la hora de comer, y hace que estés abierto a distintas clases de comida (ya que lo más importante es que el cuerpo consiga nutrientes). Normalmente aparece entre 4 y 5 horas después de la última comida, como una necesidad física, y desaparece cuando estás lleno. Todo normal, ¿no?
El hambre emocional, por otro lado, es algo diferente. Es más psicológico, ya que viene de tu estado emocional.
Lo puedes reconocer porque es súbito. Un momento no estás pensando en absoluto en comida, y al otro tienes la necesidad urgente de comer algo y de ir a la cocina. Y no sueles desear cualquier cosa, no… ¡tienes antojo de cosas específicas! Algo salado y crujiente, algo cremoso, algo dulce y jugoso… Vamos, que no te vale cualquier comida.
Esta clase de hambre también suele aparecer con una emoción específica. Tal vez te viene cuando estás frustrado con tu trabajo, o nervioso por la conversación telefónica que acabas de tener, o ansiosa por las preparaciones del viaje de la semana que viene.
Precisamente porque las emociones negativas se convierten en un triggero desencadenantes que intentas cubrir con comida (¡la mayoría de veces, no muy sana!), es muy importante reconocer el hambre emocional y no caer en comportamientos poco saludables. De hecho, esa es justo la situación ideal para probar diferentes técnicas de gestión del estrés, como el yoga, la meditación, escribir un diario, bailar, etc.
Otra característica importante sobre el hambre emocional es que acabas comiendo más de lo necesario – es decir, que no dejas de comer cuando estás lleno, cayendo fácilmente en atracones – y de manera muy automática y poco consciente. ¡Estás en autopiloto!
Y por supuesto, todo esto no termina haciéndote sentir mejor después de comer, sino culpable, pesimista, o incluso enfermizo con el estómago lleno. ¿Y adivina qué? ¡El estrés, la frustración o la ansiedad siguen ahí!
Dicho todo esto, estas son algunas de las cosas que puedes hacer:
1. Aprender a reconocer qué tipo de hambre tienes.
2. Nutrir tu cuerpo cuando tengas hambre física y real.
3. Notar qué emoción se esconde detrás de tu hambre emocional cuando aparezca, y elegir practicar una técnica de gestión del estrés en vez de comer.
4. Probar diferentes cosas para ver qué te funciona mejor: salir a correr, meditar, pintar mandalas, hacer estiramientos, escribir en tu diario, o hablar con un amigo.
5. Si el hambre emocional está muy presente en tu vida y tienes dificultad para gestionar emociones negativas con algo que no sea la comida, haz un tablero visual o escríbete una carta a ti mismo con palabras de aliento, consejos, o razones para no caer en la trampa. Ponlo en un lugar visible y léelo/míralo para evitar malos hábitos y tentaciones.
Por último, si quieres apoyo externo, no tengas miedo de buscar ayuda, terapia o asesoramiento, o de trabajar con un coach de salud. ¡Todos somos diferentes y necesitamos un poco de guía de vez en cuando! Lo más importante es intentar darle a tu cuerpo-mente el equilibro y el sustento que mereces.