Cómo evitar que tu móvil destruya el planeta



El Instituto Jane Goodall revelaba no hace mucho que menos de 47 millones de españoles usan, a día de hoy, más de 50 millones de líneas de teléfonos móviles. Y eso sin contar los usados por los niños pequeños y los móviles antiguos que se van acumulando en el cajón a medida que compramos nuevos modelos.

Para tantos dispositivos, de los cuales menos del 10% acaba siendo reciclado, se necesitan muchas toneladas de materiales y recursos naturales. Entre ellos, destaca la gran demanda de minerales como el coltán o la casiterita.

Estos minerales, valiosísimos, son causantes de graves conflictos bélicos en lugares como la República Democrática del Congo, de donde procede hasta un 80% del coltán mundial. Las minas están controladas por grupos armados, y a menudo son explotadas de forma ilegal, además de hacer uso de mano de obra esclavizada o infantil y de causar destrucción de hábitats naturales.

El otro 20% procede de Brasil, Australia y Taliandia, y en ocasiones su exportación ayuda a financiar incluso guerras y conflictos varios. El coltán de nuestro smartphone, pues, ambiciado por ser hasta 80 veces más conductivo que el cobre y presentar una gran resistencia al calor, puede haber provocado la muerte de miles de personas.



Por si todo esto no fuera lo bastante malo, los minerales usados en los teléfonos móviles también tienen un gran impacto medioambiental. Como decía la Ecocosmopolita, en su artículo sobre la campaña de reciclaje de móviles de Jane Goodall, hablamos en este caso de deforestación, contaminación, problemas de salud de las especies de un ecosistema, exterminación de animales en peligro de extinción (como los gorilas de montaña o los chimpancés), recursos desperdiciados y no recuperables, etc.

Resulta una situación algo complicada, puesto que los móviles inteligentes parecen ser cada vez más necesarios y requeridos en nuestro día a día. Desde hace muchos meses que me he preguntado qué se puede hacer al respecto.

Mi móvil es de segunda mano; me lo regalaron hace diez años. Evidentemente, no tiene ni acceso a Internet, ni cámara, ni aplicaciones modernas, pero sigue funcionando como si fuera nuevo tras más de 15 años, y su batería me dura tranquilamente dos semanas.
Eso ya se trata de otros temas, claro, como la falta de calidad oculta tras un diseño innovador, o la obsolescencia programada, cada día más descarada. Pero el caso es que no quiero cambiar de móvil por miedo a i) perder una calidad que ya no se encuentra, ii) contribuir a minerales de conflicto y iii) entrar en el círculo de la obsolescencia tecnológica. No quiero tener que comprar un móvil nuevo cada dos años, y contribuir con cada compra a la violación de los derechos humanos y a la destrucción del planeta.

Entonces, ¿qué puedo hacer? Me ha llevado un tiempo el encontrar respuestas a esta pregunta, y todavía espero poder encontrar más soluciones, pero me gustaría compartir, por el momento, las dos grandes opciones que veo viables.



1. Reciclar y reutilizar los móviles que ya tienes.

Si tienes algún móvil de la era de piedra, como es mi caso, puedes guardarlo para emergencias –ya que seguro que seguirá funcionando cuando lo necesites. Si se trata de móviles que ya no funcionan, lo mejor es proteger el planeta y reciclarlos en puntos limpios o a través de campañas como la de Movilízate Por La Selva, impulsada por el Instituto de Jane Goodall. Solo tienes que enviarles gratuitamente tu móvil y ellos se encargarán de recuperar materias primas y reutilizar componentes varios.

2. Disminuir la demanda de móviles ‘conflictivos’ y apostar por un dispositivo ético, sostenible y que combata la obsolescencia programada. Es decir, apoyar proyectos como el Fairphone.

Descubrí el Fairphone gracias a Laura, de Fairtrade Ibérica, y me quedé boquiabierta al ver que, por fin, alguien había hecho un móvil que fuera ético, libre de minerales de conflicto, transparente y hecho para durar. Explican cada aspecto de la compañía en su página web, con información y fotografías de dónde, quién y cómo se hacen los fairphones. Además, puede desmontarse fácilmente para ser reparado –y es que venden piezas sueltas en la tienda, para que pueda durarte muchos años.

Otras ventajas, que menciona Laura en su muy recomendado artículo en el Salmón Contracorriente, son, por ejemplo, su programa de reciclaje, o su sostenibilidad en cuanto a embalaje (el cual es biodegradable y compostable) y a la filosofía cero residuos (y es que viene sin cargador –ya que, al ser estos universales y todo el mundo tener alguno en el cajón, se pretende evitar la acumulación de cargadores cada vez que te compras un móvil nuevo).



Como complemento a estas dos vías, creo que confiar en nuestro poder como consumidores es también vital. Mientras nuestras carteras sean poderosas, también lo serán nuestras voces. Es por eso que debemos seguir presionando a las compañías tecnológicas para que tomen responsabilidad y se comprometan con la ética y la transparencia. También es importante hacer eco del interés y la necesidad por productos duraderos y de calidad, ya sea mediante artículos, tweets o llamadas telefónicas (la ironía no es intencionada).

Ante todo esto, creo que voy a salir de mi cueva y apostar por un Fairphone que me permita comunicarme con todas las ventajas modernas, sin comprometer el planeta o las personas. Eso sí, mientras mi querido Motorola funcione, permanecerá en el cajón semi-vacío, aguardando fiel a ser usado en una situación de emergencia.

Si conoces algún otro proyecto que apueste por la tecnología ética y sostenible, y que luche contra la obsolescencia programada, ¡no dudes en decírmelo en los comentarios!

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