Cuando era bien pequeña mis padres se esforzaron en mostrarme los básicos de la educación y el respeto, supongo que como a ti los tuyos. A todos los niños nos enseñaron que al entrar en un lugar en el que hay más personas hay que desear los buenos días, y despedirse cuando cruzamos el umbral para marcharnos. Todos aprendimos que cuando una persona mayor, alguien enfermo, una madre con hijos, una embarazada, una persona cargada o alguien con pinta de estar muy pero que muy cansado de trabajar entra en el transporte público, debemos cederle el asiento. Y creo que a todos nos dijeron alguna vez eso de: “¿qué se dice?” cuando por alguna razón el “por favor” y el “gracias” no nos salían de la boca.
Entonces, si todos compartimos esta misma educación siendo niños, ¿por qué nos cuesta tanto ser amables con el otro cuando somos adultos?
EL PODER DE HACERLE LA VIDA MÁS FÁCIL AL RESTO
Estos principios de educación son sólo el comienzo de un camino hacia la empatía que debería continuar en la edad adulta. Camino que debería enseñarnos no sólo a no faltar el respeto y a seguir unas normas básicas de convivencia (algo que parece una obviedad pero que en estas últimas semanas no está siendo tan evidente), sino a ponernos en el lugar de los demás para que todos vivamos mejor.
Por eso, ese camino que en este post yo llamo amabilidad, pero que puede tener otras mil denominaciones, para mí se resume en un sólo principio: hacerle la vida más fácil al resto.
Hacerle la vida más fácil a las personas que no conoces, devolviendo una sonrisa o diciendo un hasta luego, prestando un pañuelo a alguien en apuros, ayudando a unos padres a mover su carrito o acudiendo al rescate de alguien a quien vemos perdido por la calle.
Hacerle la vida más fácil a las personas que más quieres y con las que compartes tu día a día, dándoles un buen abrazo cuando han tenido una jornada difícil, dejándoles el vaso de agua en la mesita para que no se tengan que levantar en mitad de la noche o tomando su turno de fregar el baño para que puedan disfrutar de algo más de tiempo para ellos.
Y finalmente hacerte la vida más fácil a ti mismo, compartiendo pequeños actos amables que te repercuten de manera inmediata, haciéndote sentir mejor ser humano, y finalmente volviendo hacia ti como un boomerang. Pues como dice el sabio de Drexler: “Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da”.
¿QUÉ PASARÍA SI PUSIÉSEMOS LA AMABILIDAD POR DELANTE?
Es innegable que todos tenemos malos días y por ello es completamente normal que a veces nos encerremos en nuestro mundo. Pero, gracias a lo que sea, no todos nuestros días son así. De hecho, la mayoría no son así. Entonces, ¿por qué no ejercitamos la amabilidad más a menudo? ¿por qué no la utilizamos como la potente herramienta para hacernos la vida más fácil que es?
Y es que lo que pasaría si todos fuéramos un poco más amables con los demás, si todos y cada uno de nosotros nos tratáramos de la manera en la que nos gusta ser tratados, es que nuestro mundo sería un lugar mucho más empático, respetuoso… y ¿por qué no? feliz. Y al fin y al cabo ¿no es esa la meta que todos perseguimos? Pues pongámonos manos a la obra.
P.D. Y tú ¿ejercitas la amabilidad en tu día a día? ¿nos cuentas cómo en comentarios?
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