Por Greta Aguilar, Asesora de Imagen con énfasis en sostenibilidad aplicada a la moda.
No conozco como se hace, pero conozco cómo se siente, te hablo sobre mi experiencia con el Marketing Sensorial, ese del que tanto se dice y al que todas las marcas y consumidores parecemos obedecer sin mucho esfuerzo.
Ojos abiertos, oídos despiertos, suelo decirle a mi hija cuando vamos a caminar al bosque, y es que como madre me interesa despertar en ella sensibilidad hacia la vida y la naturaleza a través de sus sentidos. Pero, ¿cómo es que esta milenaria forma de mantenernos sensibles y conectados con el entorno a través de nuestro preciado archivo sensorial, fue asaltado por estrategias de marketing que parecen llegar a resolver las necesidades de rendimientos financieros de todos los que desean vender algo?
Mi primer asalto ocurrió en el 2003 cuando viviendo en Buenos Aires, me topé con una tienda de ropa deliciosamente perfumada, era casi imposible no entrar ahí y obvio, casi imposible no comprar algo ahí. Mi enamoramiento con esta firma y sus tiendas duró hasta que me permití visitar una de las grandes cadenas de ropa masiva, ahí, viví repetidamente las experiencias de compra más placenteras de mi vida. Te hablo de que esto pasó hace 14 años y mira, aquí estoy, pudiendo describirte con lujo de detalles mi obnubilador tránsito.
Imagina un olor sutil y muy agradable, una música más que justa en cuanto género musical y decibeles, los pasillos de la tienda amplios e iluminados, casi se sienten como pasarelas y yo, ahí, imaginando cómo me vería enfundada en uno de esos diseños que parecen estar esperando por mi colgados en las perchas. ¿Lo identificas? sabes de que te hablo no? si, se llama marketing sensorial, ese que con estrategias silenciosas usurpa tu registro sensorial con el fin de seducirte y convertir el acto de comprar en una experiencia.
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Los años pasaron, mi nivel de conciencia se elevó nutrido por experiencias de vida y personas que me ayudaron a comprender que, caminar despierta era una opción.
El punto es que, desde hace un tiempo, me planteo si no nos vendría bien desarrollar un séptimo sentido, (para no desvirtuar el tan discutido sexto), uno que nos permitiera fluir conscientes y alineados con los estímulos sensoriales reales que nos brinda la naturaleza a diario, como por ejemplo, los rayos de sol que calientan tu piel en un día de invierno, el olor de las magnolias y jazmines florecidos en primavera, el sonido del río que desciende por la montaña cuando caminas en el bosque o el cantar de los pájaros en las mañanas.
Y es que yo me pregunto, ¿cuándo nos pasó que ir a un centro comercial el fin de semana se convirtió en un combo sensorial donde se aceptan todas las tarjetas de crédito? ¿cuál es el precio real que pagamos cada vez que elegimos pagar experiencias de compra a compañías que perfuman sus tiendas para distraernos del hedor y la contaminación ambiental que producen?
Tenemos solo un planeta, una vida y un armario, que tal si los nutrimos a conciencia, los llenamos de experiencias sensoriales auténticas, que nos representen, que merezcan ser tenidas en cuenta como legado de una camada de rebeldes que se hicieron cargo de su segunda piel y eligieron comprar atuendos con sentido y no obnubilados por la exacerbación de sus sentidos.
“Decreta pues, experimento el acto de comprar a voluntad”.
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