A los humanos nos gusta mucho pensar en términos opuestos: las cosas van bien, y si no van bien, van mal. Como si no hubiera un enorme abanico de posibilidades entre esos dos extremos.
Cuando hablamos del futuro de la humanidad, o del destino de la vida en el planeta Tierra, solemos caer en la misma trampa. Nos dejamos llevar por lo que vemos en las noticias (que no suelen ser buenas), así que pensamos que todo está perdido y que el mundo se está yendo al carajo. O nos sentimos esperanzados gracias a una iniciativa en la que vemos potencial de cambio, sentimos que la gente a nuestro alrededor está más preocupada por su huella ambiental, y nos convencemos de que vamos por buen camino y todo va a estar bien.
El problema es que con frecuencia nos convertimos en tercos pesimistas o ingenuos optimistas, y nos olvidamos de la importancia de encontrar el equilibrio entre esas dos actitudes. Digo “tercos” e “ingenuos” porque caer en esos extremos —en cualquiera de los dos— nos convierte, básicamente, en personas que no aportan nada al cambio.
¿Todo está perdido?
Las malas noticias están en todas partes, las pruebas nos rodean y la evidencia suele parecer aplastante: todo es horrible. Los sistemas de salud, los bancos, los gobiernos, la actitud de la gente en la calle, el sistema educativo, la desigualdad en el mundo, la crisis económica, la crisis planetaria, y encima de todo la cantidad de gente que, en lugar de enterarse de lo que está pasando y hacer algo, se la pasa sentada frente al televisor viendo realities, noticias de la farándula, concursos de belleza o algún otro invento de distracción masiva.
Muchos niños ya no leen —sólo juegan cosas violentas en sus consolas—, los ladrones son cada vez más creativos, el aire cada vez está más sucio, todo está cada vez más lleno de basura, el tráfico cada vez es peor, las condiciones laborales son deprimentes, la comida cada vez es de peor calidad. Sí, todo es cierto; como también es cierto que quedarnos sentados quejándonos de lo mal que está el mundo sirve casi tanto como sentarse a ver esos realities.
Y, para ser justos, también es cierto que ese no es el panorama completo.
¿Todo va a estar bien?
Las buenas noticias no reciben tanta publicidad, porque generan menos ventas (o eso dicen). La gente está empezando a hacerse preguntas sobre el impacto ambiental que tiene su estilo de vida, cada vez hay más alternativas que facilitan la transición hacia un consumo más responsable, se están dando cambios legislativos que refuerzan esos procesos, las bolsas de plástico están empezando a ser vistas por muchas personas como un objeto obsoleto, las redes sociales y las nuevas tecnologías le dan herramientas a muchísima gente para sacar adelante sus iniciativas generadoras de cambio sin depender de grandes industrias o de los medios de comunicación tradicionales.
Hay ciudades enteras que están moviéndose hacia modelos autosuficientes, la infraestructura para moverse en bici cada vez es más completa, los sellos de certificación de comercio justo van ganando terreno, la empatía es contagiosa y cada vez más gente se plantea la importancia de reducir el consumo de productos de origen animal, hay zoológicos que están cerrando para convertirse en santuarios, los esfuerzos que hacen los conservacionistas parecen estar dando fruto con el aumento de población de algunas especies que antes estaban en peligro, se está firmando un tratado de paz en Colombia.
De nuevo, todo eso es cierto. Y también es cierto que, si nos dormimos en los laureles, esos avances se van a desinflar tan rápido como un globo de helio que se revienta en medio del vuelo. Y esos globos, aunque son coloridos y brillantes y divertidos, se convierten en un problema gigantesco cuando se desinflan y van a parar al mar. No queremos que le pase lo mismo a los avances positivos que ha logrado la humanidad en las últimas décadas… ¿o sí?
* * *
Ahora siento que es importante aclarar algo. Puede parecer muy obvio, pero es que creo que se nos olvida con facilidad: esas cosas horribles que mencioné en el primer punto, las estamos haciendo los humanos. Y esas cosas geniales de las que hablo en el segundo punto, las estamos haciendo los humanos también.
Así que, en ese orden de ideas, no somos “lo máximo”, “la especie superior”, “lo mejor que ha caído sobre este mundo”, y tampoco somos “lo peor”, ni somos “un virus”, ni “todos merecemos morir”.
La verdad, la pura verdad, es que estoy cansada de oír a tanta gente que aparentemente sólo es capaz de considerar esos extremos. Me agotan tanto los que creen que los humanos somos salidos del culo de todos los dioses, como los que se dan latigazos metafóricos en la espalda mientras afirman que los humanos somos lo peor que le ha pasado al planeta.
Los humanos somos capaces de hacer cosas atroces, y también de hacer cosas maravillosas. Y también somos capaces de hacer todo lo que está entre lo atroz y lo maravilloso, pasando por lo malo, lo indeseable, lo cuestionable, lo neutro, lo mediocre, lo aceptable, lo preferible, lo bueno, lo inspirador, lo agradable, lo interesante, lo fantástico. Y todas los otros adjetivos que no se me ocurren en este momento.
Creo que, si hay algo importante que podamos hacer por nuestra salud mental y por el futuro de la vida en el planeta, es empezar a entender que la realidad no es en blanco y negro, y que más nos vale empezar a ver el montón de matices de color que existen entre esos extremos.
Entonces… ¿en qué dirección va el mundo?
A estas alturas del texto creo que ya va quedando más o menos claro que no creo que todo esté perdido, pero tampoco creo que todo necesariamente va a estar bien.
Los humanos hacemos muchas cosas, y somos muchos humanos haciendo muchas cosas. La naturaleza, los animales y las plantas tienen sus ciclos, y nosotros (que somos parte de la naturaleza, aunque a veces se nos olvide) estamos teniendo un impacto enorme sobre esos ciclos con todas esas cosas que hacemos.
No todo está perdido, porque todavía estamos aquí. Todavía hay aire respirable, quedan corales, hay animales silvestres y selvas… y si realmente nos ponemos las pilas y trabajamos para mitigar el daño que hemos causado en el equilibrio de la vida sobre la Tierra (aprovechando las cosas geniales que el ingenio humano ha desarrollado a lo largo de la historia), podemos construir una humanidad diferente, una que no esté en constante enfrentamiento con la naturaleza, sino que se entienda como parte de ella, y —aún más importante— que le permita renovarse a su ritmo.
Sin embargo, eso no garantiza que todo vaya a estar bien. La indiferencia, el tedio, la pereza y la comodidad siguen siendo fuerzas poderosas que hacen que sea difícil lograr cambios realmente sustanciales. Mientras algunas personas lo dan todo por construir un mundo más justo y más equilibrado, algunas otras personas ponen todo su dinero y su poder en proyectos que siguen empujando a la humanidad al abismo. Y, mientras todo eso pasa, la grandísima mayoría de la gente está demasiado concentrada en resolver problemas de supervivencia en medio de guerras y hambrunas, o demasiado distraída con series de televisión y juegos de realidad aumentada como para darse cuenta de su papel en todo el asunto.
* * *
Volviendo a la idea de los pesimistas tercos y los optimistas ingenuos, hay un texto buenísimo que se llama “Globalmente resignados” (te lo súper recomiendo, se consigue fácilmente en internet), donde el autor, Amartya Sen, explica de manera muy clara el problema que generan esos dos extremos:
… creo que nuestra indiferencia está ligada más a un defecto de conocimiento que a una falta de solidaridad. Este error cognoscitivo puede ser fruto de un optimismo irracional, así como de un pesimismo sin fundamento; y, extrañamente, estos dos extremos se tocan.
…
Hay entonces una convergencia, parcial pero verdadera, entre el optimista testarudo y el pesimista incorregible. El primero piensa que no vale la pena oponer resistencia, el segundo, que es inútil.
…
Los puntos de vista opuestos se unen en la resignación, y la pasividad global se nutre no sólo de ceguera moral, apatía y egocentrismo sino también de la alianza conservadora entre dos posiciones extremas.
No se trata entonces de definir si todo está perdido o todo va a estar bien. Se trata de ser capaces de mirar para adentro y ver si realmente nosotros estamos aportando algo, si estamos poniendo nuestro peso y nuestra energía donde tenemos la cabeza y el corazón, o si nos estamos sentando cómodamente en el papel del pesimista que cree que, a falta de resultados alentadores, ya no vale la pena hacer nada para intentar cambiar la realidad que tanto nos deprime… o en el papel del optimista que confía ciegamente en la capacidad de los demás, y que piensa que son “los otros” los que van a cambiar el mundo.
* * *
El mundo —estoy hablando particularmente del mundo humano— está siempre yendo en muchas direcciones. Cada institución, cada grupo, cada persona tiene una idea sobre cuál es la dirección “ideal”. En algunos casos (¿la mayoría?) están pensando sólo en sí mismos. En otros casos, las motivaciones son más amplias y consideran el bienestar de los otros, humanos, animales y medio ambiente.
¿En qué dirección va el mundo entonces? En todas las direcciones, todo el tiempo. Algunas cosas van hacia “todo está perdido”, otras hacia “todo va a estar bien”, otras hacia “se perdieron algunas cosas pero se recuperaron otras”, o hacia “casi todo va a estar bien, pero vamos a necesitar muchos cambios”, y algunas otras irán —como dijo Agustina —hacia “meh“.
Creo que la pregunta que deberíamos hacernos es en qué dirección estamos yendo nosotros. El mundo —el mundo humano— no va solo a ningún lado. Nosotros lo llevamos. Es el mundo humano el que está teniendo impacto (positivo, negativo, neutro, y todo lo demás) en la vida en el planeta, y depende de nosotros, los humanos, decidir cuál es ese impacto, y cuál es la dirección en la que vamos a seguir avanzando.
Y aquí viene lo más importante: cuando digo “depende de nosotros” no estoy hablando de nosotros como grupo. O sea, obviamente depende de nosotros como grupo, pero lo esencial es que entendamos que el grupo está hecho de individuos. Así que soy yo la que decide, cada día, en qué dirección quiero mover el mundo. Tú decides cada día en qué dirección va el mundo. Él también, y ella, y el otro de más allá. Y así sucesivamente.
El mundo no está siguiendo un mapa, la dirección la estamos construyendo y ajustando todo el tiempo. No todo va a estar bien, y no todo está perdido. Por lo menos no todavía. Todo está en constante cambio y adaptación, y cada uno de nosotros tiene (aunque no nos lo creamos) un papel protagónico en ese proceso.
Cuando las cosas estén saliendo mal, o más o menos, o meh, va a depender de nosotros, de mí, de ti, de cada persona, ajustarlas para que salgan mejor. Y cuando estén saliendo bien, va a depender de mí, de ti, de cada persona, seguir reforzando ese cambio para que no se desinfle como los globos de helio. Que ya sabemos que van a parar al mar y se convierten en basura. Y no queremos que eso pase con las cosas bonitas que estamos construyendo.
¿Qué piensas tú? ¿En qué dirección quieres ir? ¿Sientes que estás poniendo tu energía en la dirección adecuada? ¡Cuéntamelo en los comentarios! Y si te gustó el texto, ¡compártelo! :-)
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