Ahhhh, la sostenibilidad. Esa palabra manoseada que se aplica como si fuera un bálsamo mágico en las etiquetas de los productos para que compremos sin sentimiento de culpa, de la que se habla cada vez más en los periódicos, en las películas y en los blogs (¡holi!).
No es una palabra nueva, pero últimamente da la sensación de que aparece en todas partes (obviamente estoy sesgada, pues yo busco información sobre este tema constantemente, así que “me lo encuentro” por doquier).
Y a mí me alegra, de verdad, me parece importantísimo que la sostenibilidad sea tema de conversación, que adquiera su merecidísimo papel protagónico… pero en el fondo también me asusta que —como ya lo dije antes— le pase lo que le pasa a los protagonistas de telenovela: que sea explotada por los medios para aprovechar hasta el último centavo que pueda producir por medio del marketing, que sea juzgada por los aspectos más superficiales, y olvidada cuando llegue otra palabra más llamativa.
Así que, asumiendo la responsabilidad que me toca con respecto a la sostenibilidad (al fin de cuentas tengo un blog en el cual es absoluta protagonista), quiero abordar algunos de los mitos y verdades de los que más comúnmente es víctima. Podrían ser 50, ó 500, pero creo que con estos cinco cubrimos al menos una parte importante del terreno.
Mito: La sostenibilidad es para los ricos.
Realidad: La sostenibilidad es para todo el mundo. A todos debería preocuparnos, y todos (sin importar nuestra capacidad adquisitiva) podemos aplicar cambios sustanciales para reducir nuestro impacto negativo en el planeta. Pero pasa que hemos creado un sistema en el que hay muchísima gente que no puede cubrir sus necesidades básicas y que a duras penas consigue cosas para comer… así que es más que comprensible que para estas personas la preocupación por su huella ambiental sea un asunto secundario.
Sin embargo, muchos grupos que luchan por un futuro sostenible están formados por campesinos e indígenas —poblaciones que han sido históricamente oprimidas y que suelen estar por debajo de la “línea de pobreza“— posiblemente porque ellos, mejor que todos nosotros, conocen de primera mano nuestra relación de dependencia con la Tierra, y saben que un planeta enfermo no puede sostenernos durante mucho tiempo; y también porque ellos ven directamente los efectos de nuestros hábitos nocivos reflejados en la deforestación, la contaminación del agua, el empobrecimiento de los suelos… cosas que, desde las ciudades, quedan “cómodamente” escondidas detrás de los edificios y las prisas cotidianas.
También pasa que se asocia “sostenibilidad” con ciertos estándares de consumo que sólo son accesibles a la gente que cuenta con mayores recursos económicos, cuando por definición el consumo más sostenible es el que no se hace (por algo es que la huella ambiental más grande suelen tenerla los países más consumistas). Lo que nos lleva al siguiente mito:
Mito: La sostenibilidad es una cuestión de productos y marcas.
Realidad: Los productos y las marcas sostenibles no existen. Sé que esta afirmación suena un poco fuerte (y el tema da para dedicarle una publicación completa), pero es la pura verdad: un producto no puede ser sostenible por sí mismo, pues lo que define su impacto no es sólo su existencia sino el uso que se le da (y cómo se desecha), y ese depende de nosotros, los usuarios.
Hay marcas y productos que son mucho más dañinos que otros, claro está. También hay marcas que están básicamente parándose en las pestañas para reducir su huella ambiental y generar un cambio de hábitos en sus clientes y usuarios (y a mí me encanta que eso esté pasando), pero eso no significa que el factor definitivo de una vida sostenible sea elegir el producto X y comprar la marca Y… y por lo tanto, realmente no depende de que tengas plata y acceso a esos productos, sino de que tengas actitud.
Si estás interesada/o en tener una vida más sostenible no tienes que salir corriendo a un mercado especializado a comprar aceites esenciales importados, o gastarte todo tu sueldo en un kit de productos “eco”. Lo que sí deberías hacer es preguntarte si necesitas esos aceites y esos productos, hacer un uso responsable y consciente, y optar por alternativas con una huella ambiental menor. No es tarea fácil, porque son muchos los factores a considerar… pero para tener una vida sostenible sí o sí hay que enfrentarse con preguntas difíciles y salir de la zona de confort.
Mito: La sostenibilidad es una cuestión de cosas químicas vs. cosas naturales.
Realidad: todo es químico, hasta lo “natural”. Por ejemplo: nosotros somos 70% agua, y el agua es un compuesto químico (H2O)… así que no es una cuestión de decantarnos por lo que sea “natural” mientras rechazamos todo lo que sea “químico”.
Como lo dice Ana Organicus, Por definición todas las sustancias son químicas, ¿o alguien diría que la sal no es natural? A veces el término químico se emplea de forma peyorativa, cuando en realidad se pretende decir sintético o artificial. Asimismo, natural no es sinónimo de inocuo.
Por otro lado, todo viene —de una u otra manera— de la naturaleza. El plástico viene del petróleo, que viene de dinosaurios derretidos (o algo así). Y no porque venga de la naturaleza significa que es sostenible usarlo para todo. Las bolsas de papel, por ejemplo, se perciben más “naturales” que las de plástico (al fin y al cabo son biodegradables si están en las condiciones adecuadas), pero eso no significa que tengan un menor impacto.
Así que, en lugar de quemarte los ojos buscando productos “naturales”, empieza a enfocarte en el ciclo de vida de los productos que usas, y en el impacto de tus hábitos cotidianos. Requiere más búsqueda y más esfuerzo, pero eso significa que aprendes mucho más en el proceso :-)
Mito: La sostenibilidad se logra reciclando.
Realidad: El reciclaje es un paño de agua tibia para una enfermedad mortal. Nuestro planeta se enfrenta a diversas crisis, casi todas (¿todas?) generadas por nuestra sed de consumo: excesiva explotación petrolera y minera, excesiva deforestación, uso y abuso de animales domesticados y silvestres, desperdicio desmesurado de alimentos, producción desproporcionada de basura… por nombrar apenas unas cuantas. Pero enfocándonos puntualmente en el asunto de las basuras, la aparente solución que da el reciclaje realmente trae más costos que beneficios.
El problema con el reciclaje es que es un concepto igual de manoseado que la sostenibilidad. Se habla de reciclaje para todo, pero la mayoría de nosotros no tiene idea de en qué consiste el proceso, qué recursos requiere y qué huella deja detrás.
El reciclaje es un proceso complejo, que consume recursos y genera impacto ambiental, en algunos casos casi tan grande como el de producción de materia prima nueva. Es una idea bonita que se descarriló y que ahora se usa para justificar nuestro consumo inconsciente y desmedido.
Ahora, no estoy diciendo que no sirva para nada. Simplemente digo que no es la panacea que nos han hecho creer que es. El reciclaje es el típico gesto “simple e indoloro” que nos hace sentir buenos ciudadanos, que hace que pensemos que “ya estamos poniendo de nuestra parte”, y este “pajazo mental” evita que nos involucremos más profundamente, que miremos qué pasa detrás y nos movamos a preguntas (y gestos) más incómodos. De hecho, muchísima gente usa el reciclaje como arma de defensa frente a las campañas que buscan reducir el uso de objetos desechables, afirmando que “a fin de cuentas son reciclables”.
Si, son reciclables… pero el reciclaje no es un borrador mágico que elimina la huella ambiental. Es —insisto— un paño de agua tibia, y como cualquier paño de agua tibia, no sirve para nada si no estamos, al mismo tiempo, enfocándonos en curar la enfermedad.
Mito: La sostenibilidad es cuestión de pequeños gestos.
Realidad: La sostenibilidad requiere compromiso y cambio profundo. Esto no quiere decir que los gestos pequeños no sean importantes, ojo. De hecho, el nombre de mi blog hace referencia precisamente al valor de las pequeñas cosas… sin embargo, no podemos dormirnos en los laureles y pensar que si nos contentamos con hacer algo pequeño vamos a cambiar el mundo.
Para cambiar el mundo todos tenemos que empezar por cosas pequeñas, sí, pero debemos ir moviéndonos poco a poco a cosas más grandes y más ambiciosas. Los gestos pequeños son valiosos cuando suman, así que hay que recordar su valor sin quedarnos convencidos de que estamos salvando al mundo por apagar la luz en la hora del planeta.
Gestos pequeños sí, si suman… si nos van llevando un paso detrás de otro a hacer cada vez cosas más contundentes. De esto ya he hablado antes en esta entrada sobre la importancia de hacer que las cosas pequeñas crezcan, y, para darle a todo su justa proporción, te recomiendo también esta otra sobre el progreso y la perfección.
Mito: La sostenibilidad es para los humanos.
Realidad: Si no tenemos en cuenta a los otros seres vivos, ¿de qué diablos estamos hablando? Muchas de las veces —tal vez la mayoría— que se habla sobre sostenibilidad, se habla sobre el bienestar de los humanos. Nuestro acceso al agua potable, nuestro derecho a disfrutar de playas limpias, a comer cosas sanas, a respirar aire puro. De vez en cuando se hace referencia a los animales silvestres que comen trozos de plástico en el mar, o a los que caen en manos de los cazadores furtivos. Rarísima vez se habla de los animales domesticados, y mucho menos de esos que nos conviene mantener en el olvido: los que usamos como comida.
Y claro, es que la sostenibilidad es una palabra que nos inventamos los humanos… porque había que ponerle nombre a eso que nos parecía tan ajeno, tan descabellado; eso que la naturaleza (cuando no interferimos nosotros) hace sin ningún esfuerzo: mantenerse a sí misma, renovarse, aprovecharlo todo y seguir adelante en buen equilibrio.
Cuidar de los nuestros está bien, es la lógica básica de la perpetuación de las especies; pero si seguimos cuidándonos sólo a nosotros sin tener en cuenta a los millones de seres vivos que están siendo afectados directamente por nuestras pésimas decisiones históricas, pues no vamos a llegar muy lejos. Nos guste o no nos guste, necesitamos a la naturaleza, y la naturaleza no son sólo los bosques y los ríos, sino también las “malezas” y las plantas menos glamorosas, y también los animales, incluyendo a las vacas y las cucarachas.
Pensar que todo gira en torno a nosotros es parte del problema que nos ha traído hasta donde estamos… así que lo mínimo que debemos hacer es extender nuestra preocupación hacia los otros habitantes del planeta (que, por cierto, estaban aquí antes que nosotros).
En un mundo sin abejas, por ejemplo, los humanos nos quedaríamos sin alimentos en poco tiempo (porque ellas polinizan muchísimos de los vegetales que consumimos) y nos extinguiríamos. Que eso valga para poner nuestra soberbia en su lugar, a ver si recordamos que no estamos solos en la Tierra, y que cualquier discurso sobre sostenibilidad tendría que incluir a los otros seres vivos, y particularmente a los seres sintientes. Si no, no sé de qué estamos hablando.
Como dije al principio, aquí hay tela para cortar. Hay muchísimos otros mitos en torno a la sostenibilidad, pero creo que estos cinco sirven al menos para ubicarnos un poco, y aprender a hablar de ella con más confianza y más conciencia.
¿Qué piensas de estos mitos? ¿Cuáles añadirías a la lista? ¡Te espero en los comentarios!
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