Desde hace tiempo he tenido ganas de escribir algo sobre el tiempo, pero me pasa que son tantas las cosas que quiero decir sobre ese tema (y da para tanto) que termino dejándolo de nuevo “en remojo” mientras siento que soy capaz de concretar la manera en la que lo quiero abordar.
Paradójico… estar queriendo escribir sobre el tiempo y “no tener tiempo” para definir la manera en la que lo quiero escribir. Y creo que no estoy sola; de hecho, es posible que sea una de las frases que oigo/leo con más frecuencia. Parece que nadie tiene tiempo, que todos estamos metidos en muchas más cosas de las que podemos manejar y necesitamos días de 48 horas. Y si tuviéramos días de 48 horas en todo caso sentiríamos que necesitamos más. Somos, como dice un dicho africano, “los que siempre tienen reloj pero nunca tienen tiempo”.
Pero creo que llegó el momento de hablar del tiempo, básicamente porque se juntaron varias cosas:
1) En lo que va del año me he sentido casi siempre como si estuviera participando en una carrera.
Estoy acostumbrada a ser muy activa y por lo general siempre estoy con algún proyecto en la cabeza, pero siento que me está costando trabajo “desconectar” cuando necesito desconectar, y no me gusta para nada esa sensación de “no tener tiempo” (aunque sé que sí lo tengo). Una de las cosas que más valoro del tipo de trabajo que hago es precisamente el hecho de que tengo tiempo para mí, que puedo disfrutar de la casa, de las labores que me gustan; pero últimamente me la paso “apagando incendios”, y sacrificando lo importante por lo urgente.
2) Precisamente por lo del punto 1, el domingo fuimos R y yo a un taller de Pranayama organizado por Humanese.
Y me encantó. Durante dos horas nos enseñaron ejercicios de respiración, y justo para la parte final (relajación/concentración/meditación) empezó a llover. Sentí mucha calma, y para mí se hizo aún más evidente la necesidad que tengo de superar esta etapa de “no tener tiempo”. Me gustó mucho algo que dijo Carolina (la profe): la relajación es una acción. Y sí… creo que cuando realmente queremos parar es importante entender la pausa como una acción, como algo que hay que asumir y hacer, y no simplemente esperar a que pase sola.
3) El sábado voy a cumplir años. Y a mí me encanta cumplir años.
Me gusta porque —para mí— es celebrar el tiempo en su mejor sentido, sentirme feliz por estar aquí y por el privilegio que tengo de habitar este planeta increíble. Es algo que he sentido desde niña y que se hizo evidente desde que estaba muy pequeña y un día le dije a mi mamá: “siquiera fui yo la que nació, y no otra niña”. Ella lo anotó en un cuaderno en el que escribía mis ocurrencias infantiles, y hace un tiempo lo volví a leer y esa frase me conmovió. De alguna manera inocente estaba expresando mi agradecimiento a la naturaleza por haberme permitido existir.
Y con eso como contexto, hay algunas cosas que quiero decir sobre el tiempo. Aquí van:
Con frecuencia las personas me preguntan cómo administro mi tiempo para poder hacer tantas cosas. La verdad es que no sé, y de hecho siento que no lo administro nada bien (es más, me choca la palabra “administrar” en esa frase)… sin embargo hago un montón de cosas, tengo no sé cuántos proyectos y encima me da para , vinagre, champú, y cada o casero que se me cruce por el frente. Es decir, sí tengo tiempo, claro que tengo. Y el hecho de que haga esas cosas que son importantes para mí es una muestra de que —al menos algunas veces— sé aprovecharlo mejor de lo que pienso.
Todos tenemos tiempo, pero sin darnos cuenta nos metemos en una carrera sin final, como la de Alicia en el país de las maravillas (por favor atención a la letra de la canción); nos vamos dejando arrastrar por la idea de las “tareas pendientes”, dejamos una cosa empezada para terminar la otra, y terminamos con una montaña de cosas por hacer que cada vez es más difícil de escalar. Y así vamos dejando de lado lo importante, o cayendo víctimas de “engaños” de ahorro del tiempo, como comprar cosas hechas vs. hacerlas… ¿realmente se ahorra tiempo? Igual hay que ir al supermercado, elegir entre no sé cuántas marcas, ir a hacer fila para pagar, volver a casa, y todo para consumir algo de una calidad considerablemente menor a lo que podríamos hacer nosotros mismos.
El tiempo tiene todo que ver con la sostenibilidad. Estamos colectivamente obsesionados con la velocidad, todo aquí, todo ahora, todo fácil y rápido… y eso nos está pasando factura hace rato, porque se nos olvida que cuando vamos tan rápido es más difícil reaccionar a los obstáculos del camino.
Hay un libro buenísimo de Jorge Riechmann que se llama “Tiempo para la vida. La crisis ecológica en su dimensión temporal” y que recomiendo fervientemente a cualquier persona interesada en llevar una vida más sostenible. Por ahora te comparto un fragmento:
Una sociedad se vuelve insostenible cuando tiene cada vez más opciones nuevas a intervalos cada vez más breves. Cuando, por ejemplo, introduce miles de nuevas sustancias químicas en la naturaleza cada año. O cuando se dispone a hacer otro tanto con miles de organismos genéticamente modificados. Es decir, cuando renuncia a toda posibilidad de reaccionar a tiempo a los efectos de sus propios actos.
Hace un tiempo, hablando con una amiga muy querida, le pregunté con qué frecuencia se permitía hacer nada. No acostarse a leer, no ver Pinterest, no ver una película: sentarse en un lugar a hacer realmente nada. Me dijo que nunca lo hacía, y yo —últimamente— lo hago muy poco.
Nuestra sociedad glorifica la ocupación. Estar ocupado es lo más deseable, y la gente es más “importante” cuantas más cosas tiene en su agenda. Me parece atroz, y no quiero jugar ese juego. Por eso quiero aprovechar mi cumpleaños como una excusa para regalarme a mí misma un compromiso: la presencia.
Y aquí me voy a valer de otro texto, esta vez de Maria Popova de Brain Pickings (la traducción es mía, así que me perdonan cualquier inconsistencia):
… la mayoría de nosotros pasamos nuestros días en lo que Kierkegaard cree que es nuestra mayor fuente de infelicidad: la negativa a reconocer que “estar ocupado es una decisión” y que la presencia es infinitamente más gratificante que la productividad. Con frecuencia me preocupa ver que ser productivo es la manera de llevarnos a nosotros mismos a un trance de pasividad y que “estar ocupados” es lo que más nos distrae de vivir, a medida que recorremos nuestras vidas día tras día, estando presentes para nuestras obligaciones, pero ausentes de nosotros mismos, confundiendo el hacer con el ser.
Con esto del tiempo siempre pienso mucho en mis gatas: a ellas no les importa. No tienen relojes, no miden cuánto han dormido, cuándo es hora de comer o de jugar. No tienen culpas por baja productividad. No digo que tengamos que ser todos unos gatos y dormir 18 horas al día (aunque de vez en cuando venga tan bien), pero sí pienso que es importante ajustar la velocidad. No tiene que ser todo aquí, todo ahora, todo fácil y rápido.
La buena (o mala, según se vea) noticia es que si no ajustamos nosotros la velocidad, las mismas circunstancias la van a ajustar desde afuera. La mente no está separada del cuerpo, ni estamos nosotros separados de nuestro entorno, y todos estos ciclos de ajustan por las buenas o por las malas. El ejemplo más claro que puedo poner es el de la gente que se enferma por estrés (o yo misma, cuando me “pongo” una contractura en la espalda por pasar horas en el computador sin parar). Es como si el cuerpo estuviera diciendo: o paras, o te paro.
Bueno, el planeta nos está dando señales que necesitamos escuchar con mayor atención. Mi cuerpo me está dando señales que quiero empezar a escuchar con mayor atención. Lo primero lo he estado haciendo activamente, y lo segundo lo voy a empezar a hacer, de manera más consciente, celebrando el paso del tiempo porque me alegra saber que “la que nació fui yo, y no otra niña”.
¿Te gusta cumplir años? ¿Cómo te sientes con el manejo del tiempo? ¿Qué piensas de la velocidad que llevamos? ¡Conversemos!