Criaturas de la noche. La noche, sobre todo si es fría y lluviosa, produce en muchos el aforamiento de mitos y leyendas que, si bien hermosas, las más de las veces son sólo eso, leyendas.
En el campo, la ausencia de ruidos urbanos te permite apreciar los sonidos de la naturaleza nocturna. Sonidos que, algunas veces, para los menos avezados, pueden confundir al más pintado.
La carencia de contaminación lumínica, cuando la Luna proyecta sombras en el bosque y la huerta, ofrece la posibilidad de descubrir a esas criaturas nocturnas muchas veces por el reflejo de la misma en sus retinas. Paseando por El Terrao desde el anochecer, hasta la noche cerrada, se pueden descubrir muchos tipos de criaturas amigas de la Luna que de otra forma ni nos imaginamos que tienen su morada al lado de la nuestra.
En estas noches otoñales en cuanto a temperatura (o primaverales, según se mire), que no de invierno, lluviosas, de alta humedad ambiental, no es difícil descubrir a los anfibios que dan título a esta entrada. El primero en aparecer fue un precioso SAPO DE ESPUELAS (Pelobates cultripes), creo, no estoy seguro del todo. Noche lluviosa de temperatura fresca. Dos grandes, relativamente, ojos brillantes al reflejo de la linterna llamaron mi atención al fondo de la huerta, cerca de la acequia principal de desagüe de la finca originaria.
Muy quieto, posiblemente deslumbrado por la luz de mi linterna, este animalillo me miraba fijamente con sus dos ojazos. Parecía una rana grande, pero varias características de su morfología lo acercaban más al mundo de los sapos. En efecto, este sapo, de unos 10 centímetros de longitud, pertenece a una familia que se parece mucho a las ranas auténticas. Se diferencia, en un examen más detallado, en sus pupilas verticales y la ausencia, casi total, de membranas interdigitales. También por su piel, con algunas verrugas poco sobresalientes, al contrario de la lisa de las ranas. Es de cabeza plana, con ojos muy saltones de pupila vertical que delata sus costumbres nocturnas, de día permanece oculto. Sobre fondo gris parduzco, presenta manchas de color más acentuado. Posee unas excrecencias duras en sus patas traseras, las espuelas, con las que se entierra en suelo arenoso con gran facilidad. El otro protagonista de esta historia es un simpático SAPO CORREDOR (Bufo calamita). Salió corriendo, nunca mejor dicho, de debajo de nustros pies cuando jugábamos con los perros. Suerte que estaba cerca de la verja de la entrada y se escurrió por debajo. Lo que no pudo evitar es que le tirara varias fotos para enseñároslas. Como podéis apreciar, éste no parece una rana. Parece eso, un sapo. De hecho pertenece a la familia de los sapos auténticos. Su característica principal son sus cortísimas patas traseras que, prácticamente, le impiden saltar. Sin embargo, corren con rapidez. Su forma de desplazamiento hace que muchas personas lo confundan con un roedor huyendo. De hecho, Ella me avisó a la voz de "¡Un ratón o algo así se ha metido ahí!". Miden unos 8 centímetros. Su dorso está recorrido por una delgada raya amarillenta o rojiza que es característica de esta especie así como las rojizas verrugas de su piel. La pupila es horizontal, propia de animales de costumbres crepusculares y nocturnas. Dorso de fondo parduzco verdoso. No es la primera vez que lo vemos por El Terrao. La otra ocasión fue de día, primavera, un ejemplar joven posiblemente recién metamorfoseado. Los sapos son unos animales muy beneficiosos para el ecosistema, el jardín y la huerta. Es una bendición del cielo (o de donde sea) tenerlos cerca. Son muy voraces y, dado que se alimentan de insectos, gusanos, arañas e incluso hormigas, podéis imaginaros la cantidad de problemas que nos pueden evitar. Todas las leyendas atribuidas a los sapos, que si escupen, que si envenenan a la gente con su piel, que si matan con el aliento, que si son animales de brujas y hechiceros, son sólo producto de la ignorancia popular. Sí es cierto que no están indefensos. Su piel está cubierta por multitud de glándulas que producen una secreción tóxica. Pero tocarlos con la mano no es un problema pues el veneno no traspasa la piel. Sólo produce gran irritación si entra en contacto con mucosas como ojos, labios, lengua o heridas abiertas. Así que, ya sabéis, no intentéis comprobar si esconden a un bello príncipe azul besándolos. Es mejor dejarlos trabajar a la luz de la Luna.