Era temprano, un poco después de las 8:30 de la mañana del lunes. Hora punta. Todos mirábamos nuestros móviles. Como si ese email, ese whatsapp, esa noticia, ese juego, ese vídeo, no pudieran esperar.
Fue en el cambio de línea. Como todavía me pierdo, acabé en un ascensor. Casi al entrar, noté una presencia detrás y bloqueé las puertas para que no se cerraran. Ahí estaba ella.
Venía con su carrito de la compra lleno. El pelo completamente blanco, peinado de lado con una horquilla, como en los años 30 (creo). Era elegante pero no por su ropa sino por algo más rebuscado, una mezcla entre su porte, su voz y su manera de moverse.
Me dio las gracias, como si hubiera hecho algo muy importante, hablamos un poco del calor que hacía ahí abajo. Después nos quedamos en silencio y me dijo que tenía un regalo para mí. Abrió su bolsa y sacó el time out de esta semana. Habla de jardines escondidos dentro de la ciudad de Barcelona. Yo llevo más de 70 años viviendo aquí y no los conozco. Hay también un palacio, fuentes y una figura de ciervos.
Se abrió el ascensor y esperamos el metro hablando de la cantidad de experiencias a las que podemos acceder sin ir muy lejos. Viajes de domingo. 30 minutos caminando y estás en otro planeta. Como mirar por los agujeros de las puertas o hablar con desconocidos de vista, de esos que te encuentras cada día en la escalera o en tu calle.
Llegó el metro. Ella se sentó y yo me quedé de pie a su lado. Es de un pueblo en la frontera entre Catalunya y Aragón. Claro que eso lo ha entendido más tarde. Nacemos sin saber lo que son las fronteras. Un invento que no sirve para nada bueno. Me dijo que nuestras dos paradas son las únicas en ese tramo cuya puerta se abre por el lado derecho, ¿o era el izquierdo? Eso hizo que nuestra despedida fuera de lo más normal. Nos volveremos a ver.
Abrí mi libreta y empecé a revisar el listado de las tareas del día. Escribí un par de mensajes. Miré el mapa. Desplacé algunas tareas. Volví a comprobar la bandeja de entrada del correo electrónico. A las 9 menos cinco llegué a mi parada. Estaba tan distraída que casi me paso de largo. Menos mal que es del otro lado.
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