Al conocerme, muchas personas tachan mi estilo de vida de “radical“. Simplemente por tener unos hábitos de consumo mínimos, hay gente que piensa que vivo una vida de privaciones y carencias. He oído muchas veces cosas como: “ufff, pero yo no quiero vivir tanta miseria”, “tanta pobreza no es para mí” o “yo no podría ser feliz con tanta privación”. Esos comentarios a menudo me hacen preguntarme ¿por qué lo que yo percibo como abundancia, otros lo perciben como carencia? Y la respuesta es más simple de lo que crees: Resulta que todo depende de ti.
Así es. Sin cambiar ni una sola cosa de nuestro entorno, todos tenemos el poder de construir una vida de carencias o de abundancia. Como dice la famosa cita: “todo depende del color del cristal con que se mire”. ¡Buenas noticias! No se trata de cambiar nada en nuestra vida ni en nuestro haber material, sino de cambiar nuestra percepción de las cosas.
La triste abundancia del mundo occidental
Aunque siempre hay casos contrarios, en general, en nuestras sociedades occidentales vivimos en el privilegio y la abundancia. A pesar de las crisis económicas, el desempleo, la difícil situación de la vivienda, el fracaso escolar, la corrupción política, las subidas de impuestos, etc. no se puede negar que vivimos por encima de un nivel de comodidad con el que muchas otras partes del mundo ni se atreven a soñar. Incluso, comparando el presente con la época de nuestros abuelos, no es difícil notar el enorme incremento en la calidad de vida y en las comodidades que hemos experimentado en apenas unas pocas décadas.
Sin embargo, muchos de nosotros nos sentimos atrapados en una espiral de infelicidad. Sea por la razón que sea, nos programamos a nosotros mismos para la insatisfacción. Para algunas personas eso ocurre comparándose con los demás constantemente. Para otras, ansiando la perfección. A otras les preocupa la opinión de los demás, las expectativas de la familia, etc. Y, de esta forma, cada uno a su manera, todos nos programamos para negar nuestra abundancia natural.
Estamos rodeados de comodidades y de privilegios, sin embargo, percibimos que nuestras vidas son inferiores. Y, así, terminamos creyendo que, efectivamente, vivimos una vida de privaciones y carencias.
Esta creencia nos lleva a consumir y a gastar de forma irresponsable, para llenar ese vacío que nosotros mismos nos hemos creado. Y este anhelo constante nos convierte en seres insaciables, incapaces de ser plenamente felices. Nos convierte en esclavos del consumo y del trabajo.
El mercado se aprovecha de nuestro rechazo a la abundancia
No soy la primera persona que lo dice, ni seré la última: La industria del consumo está firmemente en contra de la felicidad. ¿Por qué? Piénsalo: el propio sistema del consumo necesita que los consumidores siempre quieran más, siempre necesiten más y nunca se contenten con lo que tienen. De otro modo, no podría funcionar como sistema.
Así, los expertos en márketing se pasan el día diciéndonos que lo que tenemos no es suficiente, que necesitamos lo más nuevo, lo más atractivo. El nuevo smartphone, la nueva consola, el nuevo modelo de coche… que, de pronto, hacen que todo lo que tú ya tienes sea insuficiente e inadecuado. Esa es la inflación que sufren nuestros hábitos de consumo. La cantidad de cosas que compramos por necesidad es solo una pequeñísima parte en comparación a lo que compramos por puro capricho.
Y así es como funciona nuestra economía. Si nadie se comprara cosas innecesarias, no existiría la jornada laboral de 40 horas. Todos seríamos económicamente independientes y no habría deuda.
Aceptar y participar en este sistema consumista, significa también aceptar la premisa de que el consumo aporta felicidad. Y cuando integramos esa idea en nuestra vida, nos embarcamos en un viaje interminable de gasto, deuda, deseos insaciables, decepciones y privaciones… Y trabajo, mucho trabajo. De este modo, aprendemos a percibir la vida a través de lo que no tenemos. Entonces, la abundancia se convierte en un ideal que existe en el mismo nivel que las tierras mitológicas.
Siempre habrá algo que no tengamos: Una casa más grande, un coche más nuevo, zapatos más bonitos, ropa más elegante, electrónicos con más opciones, gente con cuerpos más bonitos, mejores peinados, hobbies más emocionantes… Y cuanto más compramos más evidente se hace el déficit. ¿Y cuál es la solución? Comprar más, claro. Trabajar más para costear más cosas.
Las redes sociales pueden ser una trampa, igual que el márketing
No creas que los anuncios y el márketing son la única arma secreta del consumo. Las propias personas somos el arma secreta del consumo. Si no me crees fíjate en tus redes sociales. Tu Facebook o tu Instagram pueden hacerte sentir, de pronto, que tu vida es sosa, aburrida e inferior. ¿Por qué no estás tomándote un cóctel en una playa como esa? ¿Por qué no tienes vestidos tan bonitos como los de ella? ¿Te has fijado en que tu casa no es tan fotogénica como la de los López? ¿Por qué otros tienen hobbies más emocionantes que los tuyos?
Compararnos demasiado con los demás solo nos trae insatisfacción e inseguridad en nosotros mismos.
Al aceptar que ya tenemos bastante (y más, de hecho) puede traernos serenidad. Tenemos bastante comida, bastantes chismes de cocina, bastante ropa, bastantes muebles, bastantes zapatos. ¡Tenemos bastante!
La bella abundancia de la imperfección
Hace tiempo, yo me perdí en la búsqueda de la única cosa que nadie puede obtener: la perfección. En esa incansable búsqueda, tuve tres empleos al mismo tiempo, sin embargo, a penas llegaba a final de mes. Era evidente que algo no estaba haciendo bien. La perfección es, por definición, inalcazable. Entonces ¿por qué nos torturamos con eso? Ansiar la perfección solo trae infelicidad. La perfección es una noción altamente subjetiva que siempre queda desbancada por algo nuevo o mejor. Siempre habrá alguien con un trabajo mejor que el tuyo, un sueldo más alto, una casa más bonita, etc. Y esas cosas hacen que, de pronto, tu vida “perfecta” parezca totalmente inferior.
Llevar una vida frugal es aceptar la imperfección. Se trata de una imperfecta búsqueda de la creatividad, casi siempre por caminos inexplorados. Es un viaje autodidacta, una cultura alternativa al consumo sistemático. Es una abundancia llena de imperfecciones.
Placeres inmediatos vs. Objetivos a largo plazo
¿Qué pasa si siempre cedes a la satisfacción de los placeres inmediatos, y nunca aprendes a posponer las recompensas? Seguramente acabarás endeudado, sin ahorros, con una vida laboral que se extiende hasta los 65 años e incapaz de cumplir ninguno de tus objetivos a largo plazo. Ese es el resultado de nuestra cultura del consumo irresponsable. Una cultura que te susurra de forma seductora: “date un capricho”, “mereces tenerlo”, “compra, compra, cómpralo todo”.
La frugalidad, que muchos tachan de tan “radical”, no se trata de ser miserable y privarte de todos y cada uno de los placeres del mundo. Se trata de marcarte unos objetivos por los que merezca realmente la pena incurrir en el gasto.
En mi caso, mi objetivo es jubilarme joven y pasar más tiempo con mi familia. No quiero esperar a tener 65 años para poder tener la libertad que ansío. Y, por lo tanto, cualquier gasto innecesario me roba una pequeña parte de mi sueño. Pregúntate: ¿Cuál es tu objetivo en la vida? ¿Qué cosas están robándote tu sueño? Cuando tengas esas cosas claras, de pronto verás lo innecesarios que son la mayoría de gastos que hacemos de forma habitual.
Y tú ¿cómo te las arreglas para resistir los impulsos del consumo?
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