Después de la Segunda Guerra Mundial se dejó de cambiar las hora, hasta que en 1974 la Crisis del petróleo nos obligó buscar métodos para incrementar el ahorro energético.
En la actualidad somos aproximadamente unos 70 países los que cambiamos la hora.
Así pues, la idea inicial era ahorrar. Está claro, lo que ocurre es que cuesta mucho encontrar datos fiables de estos ahorros.
Según el IDEA (Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía), gracias al cambio horario, ahorramos un 5% de energía, unos 6€ por vivienda, aunque otras fuentes dan cifras bastante más bajas. Los estudios realizados no registran datos concluyentes.
El ahorro en las viviendas yo creo que es algo relativo. En mi opinión se gasta la misma energía que si no hiciéramos le cambio, ¿qué más da que tengamos una hora más de luz a las mañanas, si a la tarde vamos a tener una hora menos de luz?
Aunque creo que en cuanto a la iluminación urbana, de edificios públicos y de fábricas y centros de trabajo, el cambio horario puede ayudar a ahorrar algo.
El argumento principal de todos aquellos que están en contra del cambio horario son los efectos sobre la salud. Nos puede costar de media, entre dos días y una semana adaptar nuestro reloj biológico con el ritmo solar. El cambio de hora afecta nuestra salud, nuestro estado de ánimo y nuestro descanso.
A todo esto, tenemos que añadir el hecho de que España no tiene el horario que le correspondería por situación geográfica, ya que se rige por el horario de Berlín, en vez del de Greenwich como hace Portugal. En pleno franquismo, en 1942, España adoptó el horario de Berlín, y Alemania obligó a Francia, Reino Unido y Portugal a hacer lo mismo. Al finalizar la guerra, todos los países volvieron a adoptar los horarios que les correspondían excepto España.
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