No es nada sorprendente el dato que al 78% de los españoles nos gusta comer, aunque si me ha llamado la atención que al 69% nos gusta probar nuevos tipos de comida. Y no lo digo por mi, que no le hago ascos a nada nuevo, pero me cuesta ver a los abuelos sin zapatillas saliendo de sus sabores tradicionales. Eso va a ser que los curiosos somos mayoría.
Además, a un 60% le gusta cocinar y, aunque el 34% lo ve como una rutina, el 32% reconoce que es algo placentero y el 30% cree que es una actividad relajante. Quienes no cocinan, afirman no hacerlo por falta de tiempo (46%), porque es una tarea asignada a otra persona en el hogar (19%), por falta de aptitudes (15%), por falta de espacio (9%) o por desorden en la cocina (7%). De hecho, un 28% afirma sentir vergüenza de su cocina si alguien la ve, principalmente por ser pequeña y estar sobrecargada o desordenada. Yo no es que me avergüence de la mía, pero fea y pequeña es un rato. Pero oye, es la que venía de serie con la casa y no estábamos (y no estamos) como para tirarla y ponerla nueva, pero todo se andará.
Por otro lado, nos gusta comer en compañía; de hecho, un 52% así lo afirma y un 34% desearía comer con mayor frecuencia con las personas con las que vive en casa. En este mismo sentido, el 30% de quienes viven solos reconoce que le gustaría comer con otras personas más a menudo.
Y ahí es donde quería llegar yo. De entre quienes no comen juntos y les gustaría, 2 de cada 3 indican que la diferencia de horarios es la principal barrera que les impide hacerlo. Llevamos unos años reivindicando la conciliación, sobre todo para las mujeres. Pero, con todo mi cariño y mi respeto a la labor de todas esas personas que han alzado la voz y a las que reconozco su esfuerzo encomiable, creo que el concepto está equivocado. ¿Por qué hablamos de conciliación cuando deberíamos hablar de racionalización de horarios? En España nos hemos vuelto locos. Esas jornadas maratonianas de 9 de la mañana a 9 de la noche por sistema; esas reuniones absurdas a la hora del almuerzo que se prolongan con café y sobremesa; esas manías de tener que fichar para ver que todo el mundo cumple su horario, aunque no hagan ni el huevo, no nos hacen mejores profesionales. Si nos dejaran distribuir nuestro tiempo para poder comer en casa o comer rápido para salir antes, ¿no seríamos más felices? Y un trabajador feliz, ¿no es más productivo?
Me imagino que es cuestión de costumbres, como el de comer nuevos tipos de cocina. Con el tiempo, espero, que el tema de los horarios racionales sea como el sushi: antes algo extraño pero poco a poco cotidiano. Y ya que para nuestra generación es complicado invitar a nuestros padres a un restaurante de cocina fusión japonesa y peruana entre semana, por lo menos que sea nuestros hijos lo que lo puedan hacer. Seguiremos luchando por ello.
¡¡FELIZ MARTES!!