Hay algo que siempre me pregunto cuando veo a alguien tirando basura en la calle: ¿hará lo mismo en su casa? Seguro que no... y seguro que no soy la única que se hace esa pregunta.
Tenemos una enorme dificultad para conectar las acciones pequeñas y las grandes, lo que le hacemos al planeta y lo que nos hacemos a nosotros mismos, lo que hacemos en casa y lo que hacemos en la calle; y yo pienso que en esa dificultad para conectar está la base de todo el problema, la raíz de nuestras crisis humanitarias, sanitarias y ambientales. Sí, NUESTRAS, porque nosotros las hemos generado y está en nuestras manos resolverlas. Yo creo que es una cuestión de proporciones. Somos muy buenos entendiendo cosas que se acercan a nuestro tamaño y a nuestra comprensión del tiempo y el espacio, pero nos cuesta mucho trabajo entender lo que pasa fuera de esos límites... por ejemplo la larga distancia (aunque estemos constantemente "conectados"), el gran panorama y el largo plazo. Por eso creo que es importante hacer el ejercicio de cambiar las proporciones para analizar lo que estamos haciendo y darle un poco de perspectiva al asunto. Y de ahí sale esta lista de cinco cosas que no haríamos en casa, pero que le hacemos al planeta Tierra... sé que podrían ser muchas más, pero con estas empezamos a cubrir un terreno considerable: Sé que hay personas a las que les gusta más el orden y la limpieza que a otras, y por lo tanto también algunas casas que están siempre impecables mientras que otras suelen estar más revueltas y desordenadas... pero me atrevería a afirmar que a muy pocas personas (si es que acaso a alguna) les gusta la idea de tener su casa inundada de basura, trozos enormes y diminutos de plástico, desechos tecnológicos, muebles desbaratados y desechos orgánicos con todos sus lixiviados malolientes. afuera de nuestra casa no hay agujeros espacio-temporales que se lleven nuestra basura a otra dimensión
Lo que solemos hacer con la basura es ponerla en bolsas o recipientes y sacarla de nuestra casa lo antes posible. No tenemos un espacio dedicado a acumularla porque no queremos acumularla... es basura precisamente porque no la queremos, porque esperamos que alguien la saque de nuestra vista antes de que se convierta en una molestia. Lo que se nos olvida es que afuera de nuestra casa no hay agujeros espacio-temporales que se lleven esa basura a otra dimensión, no; hay un planeta que también es nuestra casa y que lentamente queda cubierto por las toneladas de desechos que los humanos generamos todos los días, obligando a otras personas a vivir sobre nuestra basura, invadiendo los océanos, y llegando a invadir hasta los cuerpos de los animales. Si hay algo que no queremos acumular en nuestra casa, el sentido común debería llevarnos a concluir que la solución no es simplemente sacarlo —heredándole el problema a otras personas— sino dejar de producir aquello que no queremos acumular. No es fácil, yo lo sé; llevo varios meses esforzándome montones por reducir al máximo la basura que genero y aún así hay cosas de las que todavía no sé cómo librarme... pero pienso que es importante al menos dar un primer paso, acudiendo al sentido común (que, como dicen por ahí, es el menos común de los sentidos).
La manera en que nos relacionamos con nuestros vecinos cambia radicalmente del campo (o de los pueblos pequeños) a la ciudad. En los pueblos pequeños los vecinos se saludan, o se lanzan miradas láser porque tienen una rivalidad que viene de generaciones atrás... pero sea como sea más o menos se conocen. Para quienes vivimos en la ciudad, los vecinos con frecuencia representan más una molestia (música a un volumen más alto del que consideramos adecuado, martillazos en la pared, un niño que llora demasiado o tacones que suenan en el piso de arriba a las 6 am...) que un motivo de alegría; casi siempre son personas que no conocemos y de quienes no sabemos nada de nada. Yo tengo la fortuna de tener varios vecinos que no sólo me caen bien, sino que quiero (y mucho), pero debo confesar que todavía no le he visto la cara a muchos de los habitantes de mi edificio, y eso que vivo aquí hace más de tres años. Bueno, volviendo al tema... da igual si conocemos personalmente a nuestros vecinos, lo más seguro es que no nos sentiríamos cómodos explotándolos o pagándole a alguien para que los explotara. No compraríamos el chocolate más rico ni las prendas más bonitas ni los accesorios tecnológicos más increíbles si supiéramos que se fabrican justo al lado de nuestra casa en condiciones de abuso y de violación de los derechos humanos más básicos. Posiblemente oiríamos llanto a través de las paredes, o los gritos de los jefes tiranos, o el estruendo de una casa que se derrumba porque nadie se preocupa por la seguridad estructural del espacio de trabajo. No estaríamos en paz con eso. Llamaríamos a la policía, hablaríamos del tema en las reuniones de vecinos y buscaríamos una manera de resolverlo. ¿Entonces qué pasa con nuestros vecinos de países lejanos? ¿Qué pasa con las personas que trabajan básicamente en condiciones de esclavitud para fabricar cosas que consumimos y desechamos sin pensar dos veces de dónde vienen y a dónde van a parar? ¿Cuántos son los kilómetros de distancia que consideramos aceptables para que esos abusos se lleven a cabo? No tengo la respuesta a ninguna de esas preguntas, pero pienso que aunque no los conozcamos y no sepamos nada de ellos, deberíamos solidarizarnos un poco más con nuestros vecinos más lejanos. Estas fotos fueron tomadas en el derrumbe de Rana Plaza... no conocemos a esas personas, no son nuestros amigos ni familiares, pero son nuestros vecinos aunque no podamos oír sus lamentos a través de las paredes.
No todos tenemos animales de compañía, y a muchas personas incluso les molesta la idea de estar en la misma habitación con un animal (debo confesar que dichas personas me generan algo de desconfianza, pero eso es tema para otro día), pero para que funcione el ejemplo voy a hablar de las personas que sí tenemos animales en casa, porque —con variaciones entre un país y otro— igual somos más de la mitad de la población. Si bien todavía hay personas que ven en sus animales de compañía un accesorio de moda, muchas personas los vemos como verdaderos amigos y miembros de nuestra familia. Los protegemos del frío y del excesivo calor, los resguardamos de la lluvia, nos aseguramos de que estén bien alimentados y que tengan buena salud. También los mimamos con juegos y regalos, dedicamos parte de nuestro tiempo a compartirlo con ellos y estamos dispuestos a convertirnos en fieras protectoras si alguien se atreve a hacerles algo malo. Nos indigna ver que alguien maltrate a un perro o a un gato, e incluso estamos desarrollando leyes para protegerlos y castigar a quienes los maltratan. un derecho básico de los animales: el derecho a existir y a ser considerados fines en sí mismos
Pero nuestra empatía con los animales y nuestro interés por brindarles bienestar suele tener unas fronteras muy bien definidas... gatos sí, cerdos no; perros por supuesto, vacas para nada. Y esto, por incómodo que resulte abordar el tema, se reduce a una cuestión: nuestro propio beneficio. Estamos felices de proteger a los animales que nos brindan alegrías mientras están vivos, pero no movemos un dedo por proteger a otros animales —a los que sólo nos "sirven" cuando están muertos— pues eso implicaría renunciar a ciertas comodidades que consideramos como si fueran nuestros derechos, atropellando por completo lo que sí es un derecho básico de esos animales: el derecho a existir y a ser considerados fines en sí mismos, y no medios para alcanzar los fines humanos. Y esto no se reduce a vacas, cerdos y gallinas. Difícilmente los animales usados para experimentos o los animales silvestres entran en ese selecto grupo de animales que "merecen" nuestros cuidados; nos olvidamos por completo de que ellos estaban aquí antes que nosotros, que la riqueza y diversidad de este planeta se debe a su existencia más que a la nuestra y de que tienen sistemas nerviosos tan complejos como los nuestros, lo que significa que sienten miedo y dolor, y que compartimos con ellos la capacidad de sufrir. No a todas las personas les gustan los animales, eso lo sé... pero aún la mayoría de esas personas evitaría torturar a un animal con sus propias manos. Sin embargo, el malestar parece desaparecer cuando le pagamos a alguien más para que lo haga por nosotros.
Nuestras casas son espacios más o menos cerrados; tenemos ventanas y puertas, sí, pero también techos y paredes que nos dan resguardo del mundo exterior, y eso es precisamente lo que valoramos de una casa: su capacidad de "protegernos". A nadie —a menos que esté buscando directamente acabar con su propia vida o hacer un daño tremendo a alguien más— le parecería sensato permitir que se acumulen gases tóxicos dentro de su casa, nadie permitiría que su hogar fuera el receptor de los desechos de un solo tubo de escape o de una sola chimenea de fábrica. Sin embargo permitimos que eso pase todo el tiempo. Nuestra gran casa (el planeta) puede parecer un espacio abierto comparado con nuestras pequeñas casas de paredes, pero realmente también es un espacio cerrado, protegido por una delgadísima capa (la atmósfera) mientras flota en la inmensidad del un espacio completamente hostil para nosotros, en el que nuestra vida no sería posible a menos que estuviéramos conectados a un montón de aparatos que se encargaran de imitar las condiciones que esa atmósfera nos facilita. Todo lo que sale de los tubos de escape y las chimeneas se queda en ese contenedor aunque no lo veamos. Y sí, las plantas nos ayudan a procesar parte del CO2, pero ese no es el único gas problemático. Además estamos produciendo esos gases en cantidades alarmantes mientras destruimos las selvas y los bosques, que son los pulmones verdes que permiten que el planeta mantenga esos gases en equilibrio... así que es como si estuviéramos llenando nuestra casa con gases tóxicos y al mismo tiempo estuviéramos cerrando las ventanas, asegurándonos de que no tengan por dónde salir.
A mí me gusta mucho recibir en mi casa a la gente que quiero. Me encanta que vengan nuestros amigos y familia a visitarnos y que pasen unos días con nosotros... cocinar, conversar, oír música, salir a pasear. Eso se debe, en gran medida, a que los amigos y familiares que nos visitan cuidan nuestra casa como si fuera de ellos y nos hacen sentir cómodos, tranquilos y en buena compañía. Otro cuento sería si, por ejemplo, llegara un grupo de personas a hacer una fiesta sin avisar, dejando todo hecho un desastre, llenando todo de basura, aterrorizando a las gatas, apagando los cigarros en las plantas y rompiendo los muebles. Eso no me gustaría. Los mandaría a todos