Cada vez que oigo a alguien hablando sobre “querer cambiar el mundo”, me quedo pensando en lo simple y a la vez confusa que es esa expresión.
Por un lado, cuando hablamos de “mundo” podemos estar refiriéndonos a muchas cosas: el mundo animal, el mundo acuático, el mundo humano, o el conjunto de todo lo existente (que es, de hecho, la primera definición que aparece en la RAE). Por otro lado, el mundo —sea cual sea del que estamos hablando— está cambiando constantemente, así que parece que da igual si queremos o no cambiar el mundo: él va a seguir cambiando sin nosotros. Y por último, eso de “querer cambiar el mundo” siempre me suena medio gracioso, porque creo que a lo que realmente nos referimos cuando usamos esa expresión, es a querer cambiar nuestro comportamiento para que la sociedad funcione de una manera diferente a como vemos que funciona ahora.
Y a pesar de lo confusa que me parece la expresión, aquí estoy, escribiendo sobre las cosas que pienso que debemos evitar hacer cuando queremos cambiar el mundo… entonces, para que no haya confusiones, voy a aclarar tres cosas: 1) que cuando hablo de “mundo” me refiero al mundo humano, a lo que hacemos y al impacto que tienen las cosas que hacemos; 2) que cuando hablo de “cambiar el mundo” me refiero a los cambios conscientes e intencionales que hacemos específicamente para tratar de resolver los problemas que nosotros mismos hemos generado, y 3) que cuando hablo de “cambiar el mundo” lo hago siempre teniendo en cuenta que, a mi parecer —y toda la evidencia me acompaña—, el mundo cambia si cambiamos nosotros.
Así que cuando digo “cambiar el mundo”, lo que realmente quiero decir es “asumir cambios suficientemente sustanciales en nosotros mismos y nuestro estilo de vida, que nos lleven a generar un cambio consciente e intencional que nos permita resolver —o al menos empecemos a desenredar— los problemas que nosotros mismos hemos generado”.
Ahora sí, con eso aclarado, sigo adelante con lo que te quiero contar hoy. Quise hacer esta publicación porque, de verdad, creo que somos muchas las personas que queremos un mundo diferente: uno en el que no explotemos a otros humanos, en el que respetemos a los animales, un mundo que no esté lleno de residuos tóxicos que nosotros mismos generamos (y parece que no sabemos cómo dejar de generar), y en el que se tenga en cuenta el bienestar de las mayorías y no sólo los intereses de unos cuantos.
Pero a pesar de que somos muchas las personas que queremos un mundo así —más justo, más equilibrado, más sostenible—, creo que somos muchísimas menos las que superamos la fase de “esto es demasiado grande y demasiado difícil y no está en mis manos” y pasamos a la acción. Eso nos deja con un grupo enorme de personas que, si bien tienen en su corazón las ganas de ver un mundo mejor, realmente están tan frustradas con la complejidad del asunto, o se sienten tan alienadas por los supuestos “grandes poderes de la industria y el gobierno”, que dejan sus ganas de un mundo mejor en la teoría, y no hacen nada para llevarlo a la práctica. O tratan de llevarlo a la práctica, y ante el primer obstáculo se dan por vencidas, porque no saben cómo seguir adelante. O sencillamente no saben por dónde empezar.
Y claro, es que en los colegios no nos dan clases de activismo, ni nos hablan de nuestra capacidad —y mucho menos de nuestra responsabilidad— de cambiar el mundo. Y en la universidad el panorama difícilmente cambia. Tal vez nos hablan de cómo convencer a otros de que su mundo va a cambiar si compran esto o aquello, o nos enseñan a hacer estrategias para cambiar una parte específica del mundo para el beneficio limitadísimo de unos cuantos. Rarísima vez (si acaso alguna) se nos habla del impacto social y ambiental de nuestras profesiones y oficios, así que no es de extrañar que lo de “cambiar el mundo” nos suene tan romántico o tan ajeno, o que, cuando de activismo se trata, seamos unos completos analfabetas.
* * *
Yo, desde hace ya varios años, decidí que no quiero ser más ese tipo de analfabeta. Que si mi vida tiene algún propósito, es el de asumir responsabilidad por las cosas que hago, aprender a vivir de manera equilibrada, y generar suficientes cambios en mí misma y a mi alrededor para que mi vida no se construya a partir de la opresión y el abuso a la naturaleza, los animales y otros seres humanos, sino a partir de la convivencia equilibrada y respetuosa con el planeta y todos los seres que lo habitan.
Menudo propósito de vida el que elegí. Es mucho más fácil en la teoría que en la práctica, pero eso no me asusta ni me paraliza; al contrario: me motiva. Y es que a mí las tareas fáciles me aburren ;-)
Si estás leyendo esto, creo que eres como yo, o al menos creo que tenemos algunas cosas en común. Quieres cambiar el mundo, y que no te da miedo que esa tarea sea demasiado grande. O puede que sí, que te de un poco de miedo, o que te hayas sentido paralizada/o frente a algún obstáculo, o que recién te estés planteando por dónde puedes empezar. En fin, sea como sea, pienso que esto que viene a continuación te puede resultar útil.
Aquí he preparado una lista con cinco cosas que considero que es importantísimo que evites si realmente quieres cambiar el mundo. La lista, obvio, podría ser mucho más larga y detallada, pero creo que aquí hay al menos un buen punto de partida. Ya me dirás qué opinas :-)
No creas que hacer un solo cambio es suficiente.
Ésta es, posiblemente, una de las trampas más comunes: la de “ya hago X cosa, así que ya cumplí con mi parte y no tengo que preguntarme nada más”. En lo micro, por ejemplo, podríamos pensar que si llevamos nuestra bolsa reutilizable al supermercado ya hicimos lo que nos toca, y nos podemos olvidar del asunto; o podríamos estar seguros de que al clasificar nuestros residuos en casa para que sean reciclados después, estamos compensando al 100% la huella ambiental que genera nuestro estilo de vida. En lo macro, podríamos pensar que si acabamos con el hambre en el mundo, todos los otros problemas se resolverán solos; o peor aún, podríamos pensar que ese es el único problema importante, y por lo tanto descartar —o hasta ridiculizar— otros asuntos igualmente urgentes y delicados.
El mundo es una red enorme, compleja, interconectada e interdependiente… y en este momento nos estamos enfrentando a diversas crisis que son el resultado, básicamente, de nuestra tendencia a ignorar esas conexiones y esa interdependencia. Pero eso no quiere decir que la crisis tenga un único origen, y —obvio— no tiene una única solución.
En lo macro, es necesario que seamos conscientes de la complejidad de esa “red de problemas”, y que sepamos que este cambio no va a venir mágicamente cuando resolvamos una sola cosa (porque de entrada, es imposible resolver una sola cosa, cuando esa cosa está conectada con otras mil), sino que los cambios deben generarse y sostenerse desde diversos frentes, perspectivas y estrategias. Y en lo micro, es urgente que empecemos a entender que nuestra huella ambiental es enorme, que somos TAN parte del problema como la industria o el gobierno, que una bolsa reutilizable no nos absuelve de todo pecado, y que, si realmente queremos cambiar el mundo, tenemos que dejar la timidez —y la pereza— y empezar a asumir cambios más ambiciosos en nuestro estilo de vida.
Y por si acaso hace falta aclararlo: que sí, que los cambios pequeños son valiosísimos, pero siempre y cuando sean parte de un proceso incremental y no un “pajazo mental” para evitar asumir cambios más grandes.
No creas que tienes que cambiarlo todo.
Aquí nos vamos para el otro lado del espectro: cuando sabemos que una sola cosa no basta, es fácil que nos sintamos aplastados por la idea de que entonces hay que hacerlo todo (y además, de un solo golpe). Ya había escrito sobre la trampa del todo o nada, y creo que tiene muchísima relación con este punto: esto de sentir que quieres cambiar el mundo, y que por lo tanto tienes que resolver las injusticias sociales, el maltrato a los animales, la deforestación, la sobre-explotación de recursos, la inequidad de género, el consumo excesivo, la generación de basuras, todo al mismo tiempo. Y sentir que si no lo puedes resolver todo, entonces no vale la pena tratar de resolver nada.
Eso es imposible. Sería hermoso resolverlo todo de un solo golpe, sí; pero es imposible. Lo que sí es posible es empezar a generar cambio en las cosas que podemos manejar, y de ahí, a medida que vamos aprendiendo y teniendo más herramientas para el cambio, empezar a expandirnos a nuevos horizontes.
Y en todo caso, los problemas del mundo son muchos y son muy complejos para una sola persona; y por eso el punto que sigue es…
No creas que lo tienes que hacer todo tú sola/o.
Cuando quieres cambiar el mundo, y ante la aparente indiferencia de las mayorías, es fácil que empieces a tener la sensación de que todo depende de lo que tú hagas, porque crees nadie más va a hacer nada (uf, si lo sé yo, que caigo en esa trampa una y otra vez). Pero eso no es así. Hay millones de personas que están trabajando, poniendo toda su energía, sus conocimientos y sus recursos en generar cambios desde muchísimos lugares del mundo, proponiendo soluciones para cada problema que hasta ahora conocemos.
Lo que pasa es que no suelen salir en las noticias, y por lo general no son famosos… así que ni siquiera nos enteramos de que existen, y seguimos por la vida con la sensación de que el cambio es imposible porque a nadie le interesa hacer que suceda, cuando en realidad el mundo está lleno de iniciativas increíbles y de gente maravillosa, que está dándolo todo por tener bien alineada la cabeza con el corazón.
Y ojo, que esto no significa que entonces tienen que ser esos “otros” los que van a cambiar el mundo. No podemos irnos al otro extremo, y por eso es tan importante el siguiente punto…
No creas que la tarea de cambiar el mundo le corresponde a otras personas.
Es importantísimo entender que aquí hay una cuestión de equilibrio dinámico: no estamos solos en esta búsqueda de un mundo mejor, no tenemos que pretender que podemos resolverlo todo por nuestra cuenta… pero eso no significa que podemos echarnos a dormir mientras otras personas se encargan de cambiar el mundo para nosotros.
Así como hay muchas situaciones frente a las que no puedes hacer mucho (porque están demasiado lejos, o porque no tienes recursos para aportar, o porque ni siquiera sabes que esa situación existe), hay muchísimas otras en las que tu aporte es absolutamente indispensable. Situaciones en las que, realmente, casi todo está en tus manos, porque a pesar de que haya otras personas preocupadas por el tema, puede que estén muy ocupados para pensar en soluciones, o sencillamente no tienen ni idea de qué pueden hacer (si es que acaso piensan que pueden hacer algo… porque lo más común es que la sensación dominante sea la impotencia y el “esto está fuera de mis manos”).
Y, volviendo a darle importancia al punto anterior, aun cuando has identificado una situación en la que —casi— todo depende de ti, tampoco tienes que hacerlo todo sola/o. Busca apoyo. Puede ser tu familia, o algunos de tus amigos (aunque a veces estos grupos son los menos receptivos), o también a través de las redes sociales, organizaciones locales, grupos de voluntarios, etc.
Ojo, que “busca apoyo” no significa que tengas que tener a toda la gente de tu lado. Esto me lleva al siguiente punto:
No creas que tienes que lograr que toda la humanidad se una a tu causa.
Frente a pensar que tienes que hacerlo todo tú sola/o, este es el otro lado del espectro: piensas que, para poder hacer algún cambio, tienes que tener absolutamente a toda la humanidad de tu parte. Eso nunca va a pasar. Siempre hay fuerzas tirando de un lado y del otro (y de otros cuántos más), y —si revisas la historia— difícilmente vas a encontrar algún ejemplo en el que los cambios se hayan generado a partir de un acuerdo unánime.
Los cambios no se generan cuando se unen todos, sino cuando se unen los suficientes, con suficiente capacidad de empuje y determinación. Piensa, por ejemplo, en la abolición de la esclavitud, y en cómo se logró a pesar de las críticas y el terror que querían sembrar las personas que decían que, sin esclavos, la economía mundial se iba a derrumbar y se iban a romper todas las relaciones comerciales entre América y Europa. La esclavitud no fue abolida porque todo el mundo estuviera de acuerdo en que eso era lo que había que hacer, sino porque un grupo de personas suficientemente convencidas del valor de su lucha, tuvieron la claridad y fuerza de argumentos para hacer ver que el cambio no sólo era necesario, sino urgente.
Eso me hace pensar en una frase que me gusta mucho:
“No dudes nunca que un pequeño grupo de ciudadanos conscientes y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado.”Margaret Mead
Y, para cerrar, un bonus track importantísimo:
No creas que después de lograr una victoria te puedes echar a dormir.
No sé si será Hollywood, o Disney, o qué, pero por lo general tenemos esta idea de que se logra el objetivo final y ya, todos felices y a sus casas y no se vuelve a pensar en el asunto. Eso no podría estar más lejos de la realidad. Las victorias nunca son permanentes, y no suelen ser absolutas ni perfectas.
Te doy un ejemplo puntual: el año pasado estuve haciendo una versión de activismo híper-local para evitar que cortaran un árbol que está afuera de mi edificio. Después de muchos ires y venires, logré (con ayuda de algunos vecinos y de los funcionarios del Área Metropolitana) . Fui muy feliz, confié 100% en que los vecinos que querían talar el árbol iban a respetar el concepto legal emitido por el AMVA, y me relajé.
Unos días después, mientras estaba de viaje, una vecina me llamó a contarme que habían venido a talar el árbol. Ella —afortunadamente— se activó, hizo llamadas, trató de hablar con las personas que estaban cortando el árbol, y finalmente tuvo que llamar a la policía para que la tala se detuviera. Cuando la policía llegó, ya le habían cortado casi la mitad de las ramas al árbol… pero al menos seguía en pie.
Para mí fue un golpe brutal. Me dolió todo, me sentí ingenua a morir… pero fue un aprendizaje importantísimo: no todos están de mi lado (punto 4), así que, si bien ahora el árbol está sano —sus ramas ya están recuperando—, no puedo bajar la guardia del todo, porque es posible que en algún momento vuelvan con el proyecto de talarlo. Y, si sigo estando aquí, ahí estaré para volver a evitarlo.
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¿Te has encontrado con alguna de estas trampas? ¿Cuál crees que es la más común? ¿Añadirías alguna a la lista? ¡Cuéntamelo en los comentarios!
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