Hay múltiples razones para adoptar un estilo de vida vegano, y parece que el que más sorprende es el hacerlo por las personas. Veganismo suele asociarse con amor por los animales, salud o incluso preocupación por el planeta, pero lo cierto es que también esconde una gran dimensión humana que cada vez está convenciendo a más gente.
Decía la famosa primatóloga Jane Goodall que, el hecho de que haya más de 800 millones de personas pasando hambre y muriendo a diario, mientras que en el otro lado del mundo hay personas que sufren de obesidad y enfermedades cardiovasculares, no se debe ni mucho menos a la falta de alimentos, sino, entre otros factores, a la mala distribución de éstos.
Y es que tenemos suficientes alimentos para alimentar a cada una de las bocas humanas que existen en este planeta. El problema, es que la mitad de esos alimentos los usamos para alimentar animales (vacas, cerdos, gallinas) creados a través de la inseminación artificial, que sin duda comen más que una persona.
Las enormes extensiones de campos de cultivo que se necesitan para alimentar a estos animales podrían estar destinadas a aplacar el hambre mundial. Y es que, una cantidad X de maíz, por ejemplo, alimentaría a una sola vaca, que resultaría en suficiente carne como para alimentar a una o dos personas. Sin embargo, si usáramos esa cantidad X de maíz para alimentar directamente a personas, donde come una comerían 10.
Lo que alimenta a un animal podría alimentar hasta 10 personas
La Organización Mundial de la Salud estima que entre un tercio y la mitad de los cultivos comestibles mundiales se utilizan para alimentar ganado, mientras que unas 10.4 millones de muertes infantiles por malnutrición tienen lugar cada año.
Por desgracia, no solo no se opta por la solución más humanitaria, sino que, además, cada vez se crían más animales para satisfacer una demanda de carne mayor, lo que repercute en deforestación y contaminación de espacios naturales para transformarlos en campos de cultivo. También implica la degradación del suelo, por las técnicas extremas utilizadas (producir más, más rápido y más barato suele implicar explotación de recursos naturales), además de la absorción de los campos de cultivo ya existentes por grandes empresas.
Todo esto pone en peligro las culturas de agricultura de subsistencia de varios países. Si una familia, para combatir el hambre y la pobreza, se dedica al campo, lo más probable es que acabe siendo privada de su estilo de vida, pues, y se vea obligada a emigrar a las ciudades (donde no hay mucho empleo, que digamos).
Es decir, estamos formando y congregando animales de granja de forma masiva y lejos de lo que sería su ritmo natural de reproducción, solo para alimentarles con la comida de los que pasan hambre, para poder satisfacer así a una mínima parte de la población que pueden permitirse muchos otros alimentos (y que, además, se crean problemas de salud). Y, para colmo, haciendo esto, dañamos el planeta y quitamos los pocos recursos agrícolas que podrían sacar de sus apuros a varias familias y negocios locales.
Como recalca Jane Goodall en su libro Otra Manera de Vivir, ante esta situación, más que tecnología, necesitamos paz, líderes humanitarios, comprensión, compasión y sentido común. Y es que el sistema actual no es el más inteligente, justo y efectivo.
Ante esta devastadora realidad, tengo una buena noticia. ¡Hay solución! Y ésta es rápida, efectiva y totalmente asequible. Todo empieza con comer menos carne. Mark Gold, canciller del Instituto de Sostenibilidad y Medio Ambiente de Los Ángeles, ha realizado un estudio en el que se predice que, solo con reducir un 50% nuestro consumo de carne, podríamos salvar la vida de hasta 3.6 millones de niños malnutridos.
Cada vez más, el cultivar o crecer nuestra comida, el venderla, comprarla y comerla está afectando el futuro del planeta, y ya no es solo cuestión de compasión animal. Hablamos de la diferencia entre comer sin pensar y nutrirnos. De la importancia de conservar la salud y la sostenibilidad de la Tierra. De apostar y -más importante- de conseguir por fin justicia humanitaria.
Hablamos de empezar a ser conscientes de nuestros actos y consecuencias, y de dejar de actuar como si el mañana no importara.