En los siguientes siglos el pueblo creció en número de casas, vecinos y animales. La gente de Patones se dedicaba a la ganadería de cabras y ovejas. Hasta que a mediados del siglo XX algunas familias deciden bajar a vivir junto al río Jarama. Así comienza a crecer el conoció como Patones de Abajo. Desde entonces nuestro pueblo se divide entre “el de arriba” y “el de abajo”.
Vista aérea Patones de Arriba
Ya os contamos que la historia de la Casa Melones es la historia del abandono de Patones de Arriba por sus vecinos hace más de sesenta años. El abuelo Justo y sus hijos dejaron su casa en “fuente las plantas” y se asentaron “bajo el canal”. En los años cincuenta construyeron la casa, la cuadra y demás dependencias para los animales ellos mismos.
Pero la verdadera protagonista de esta historia es la última patonera que aun habita Patones de Arriba. Solo ella ha vivido el abandono de Patones de Arriba por sus antiguos vecinos, el periodo decadente, su restauración y la llegada de los nuevos pobladores.
Su familia nunca abandonó Patones de Arriba. Ella vio como poco a poco las familias fueron dejando sus casas, desaparecieron los animales, como el ayuntamiento se trasladó, la iglesia se cerró, los niños comenzaron a bajar a la escuela de Patones de Abajo…
En los años setenta, seis o siete personas vivían en un pueblo prácticamente derruido. Debieron ser momentos muy duros pero los pocos vecinos que quedaron consiguieron que Patones de Arriba no llegara nunca a abandonarse del todo.
Cuando el pueblo fue redescubierto y se abrieron los primeros negocios allí estaba ella. Nuestra última patonera recuerda como junto a los pocos vecinos que quedaban, se acogió a los recién llegados. En los años ochenta volvió a escucharse en Patones de Arriba las risas de los más pequeños. Elvira, Emily o Maya y sus familias comenzaron a repoblarlo.
Desde aquel periodo hasta la actualidad la última patonera recorre a diario la senda del barranco que une los dos pueblos. Baja cada día a comprar el pan a Patones de Abajo y a visitar a sus antiguos vecinos.
Juani el el barranco
Y también se la puede ver con sus nuevos vecinos de Patones de Arriba: Visitar a Chus y sus hijos Olmo y Ada, charlar con Poli y Balta, pasear junto a Dani y Henar, tomarse un helado con Paco y Mari Jose o saludar Jose o Jesús.
Y es que aunque los fines de semana no lo parezca, Patones de Arriba es una pequeña comunidad. Habitan todo el año unas doce personas entre las aglomeraciones de los fines de semana y la tranquilidad de los días de diario. Y también hay quien tiene su segunda residencia y disfruta de los días de verano y los fines de semana.
Muchos periodistas han querido entrevistarla, pero nuestra última patonera es una mujer tímida (por eso después de mucho pensarlo he decidido no decir su nombre). Sin embargo, charlando con ella en las escaleras de la antigua iglesia de San José, es capaz de trasladarte al pasado. De todos los momentos que ha vivido Patones de Arriba, para ella los más felices fueron cuando aun vivían los vecinos. Aquellos momentos en los que se percibía el olor a los pucheros, los niños jugaban en las eras, se celebraban fiestas, se iba a por el agua al lavadero. Esos momentos que quedaron plasmados en fotografías en blanco y negro y que guarda con gran cariño nuestra vecina en su memoria.